Golpea cada baldosa con su metatarso.
Camina de un lugar a otro hiperactivamente. Frota sus manos ligeramente, al
finalizar hace crujir sus dedos. Palpó su temperatura corporal con su áspero
tacto.
Un
escritorio con su superficie rayada, escrito por completo. Cientos de grupos con
decenas de letras, increíble. En su adolescencia, cuando cursaba la Escuela
Secundaria de Ladrillos, dejó su cuño en el escritorio hasta que haya
suficiente cantidad de personal de limpieza. Sobre el mismo escritorio, apoyó
un fibrón color negro. Lamentablemente es permanente, una vez más no se puede
borrar el pizarrón. ¿Acaso será un truco para que los profesores no lo utilicen,
al pizarrón, o al fibrón? Qué sé yo. El tipo lo agarró, haciéndose el artista señaló
a los alumnos, sonríe y comienza a escribir. El trazo de sus letra deja
plasmado lo siguiente: “¿Cómo urbaniz” –un chico lo interrumpe.
–¡Profe!
Disculpe que le hable de esto –levanta la mano, ansioso. Con cosquillas en la
panza, de nervios.
–¿Qué
te disculpo? Aún no me dijiste nada. Contame, no hay drama. Escuchemos chicos
–apenas apoya su cuerpo en el escritorio. Se cruza de brazos.
–¿Sabe
algo de la profesora? De esa que está en la red social. La chica de Ladrillos
que se reproduce en cada uno de los celulares –gira de un lado a otro,
oscilando su cabeza, buscando aprobación del grupo.
–¿Qué
es lo que tengo que saber? –mira de reojos, conociendo la causa. Esperando una respuesta.
–¡Vamos
Profe! Salió en “APV TevéShow” y el diario “Portal de los Chusmas”. Todos
hablan del suceso. Los profesores hablan, además, ella es de esta escuela.
¿Cómo, no se enteró?
–No
me enteré. Sin embargo, si sabría algo de otra persona que no conozco. ¿Por qué
hablaría de tal tema? Para qué.
–Porque
es re trola la profesora. ¿Qué ejemplo da?
–Disculpame,
quién es más santo, vos el reproductor del mensaje o ella que cumplía una
fantasía. Si algo se filtró en forma accidental, bueno, que garrón. Si ella
dejó escapar el mensaje porque así lo dispuso, debe estar feliz por la
personalidad que tiene. Sin embargo, nadie tiene que meterse y juzgar la
intimidad de nadie. ¿Y sí en un futuro cercano o lejano tenés un suceso cómo el
que imaginamos, te gustaría que lo reproduzcan si fuese un accidente? –suena el
teléfono celular de Filpo– disculpen chicos, ya retomaremos la plática. Es
importante, debo atender.
Minutos
antes Griscelda preparaba café en la sala de maestros de la Escuela Primaria de
Ladrillos. Los alumnos jugaban en el patio disfrutando el recreo. Mucha
algarabía, los pasillos vibraban de bullicio. Apenas alumbraba el sol la mañana
de invierno.
–¡Pasala,
pasala! –gritaba un chico.
A quien
le pase la pelota entre las piernas haciendo “caño”, tiene que correr a tocar
el mástil, antes de que lo agarren a patadas. Jugaban al famoso “caño, la
liga”.
Filpo
recibe un llamado de Griscelda. Paquito fue llevado con urgencia por la
asistencia médica al haber recibido tantas patadas.
Se
desesperó, saludó a los chicos y salió corriendo en dirección al CEMEBÁ (Centro
Médico Básico).
Mientras
camina cansado, interceptó a dos sujetos que violentamente detuvieron su
marcha. Ladrones en pleno centro de la ciudad, a pocas cuadras de la plaza
principal de Ladrillos. Robaron todas sus pertenencias. Solo le dejaron el
pantalón.
No
le quedó más remedio que caminar o correr. Hacer de cuenta que no pasó nada.
Las
ajugas del reloj parecen aceleradas, giran rápido. El Rolemlet enchapado en
oro, nunca marca con certeza si es o no es la hora esperada. Simplemente evoca
dos opciones distintas pero válidas. El plan “a” sería llamar a la policía y
tardar varios minutos, varios, minutos, varios. No repitas, no. O tratar de
caminar pensando que todo pasó y nadie va a llamar de su atención por caminar con
el torso desnudo por el centro de la ciudad. El plan “b”, culminó con un
excelente en el margen y resaltante sello color verde. Llegó a CEMEBÁ.
Sin
problemas empuja con fuerza la pesada puerta vaivén con su antebrazo, apenas se
golpea el codo. Contempla efímeramente el cartel de urgencias. La puerta está
entreabierta.
–¡Señor!
¡Disculpe, señor! Tiene que anunciarse. Están atendiendo a un herido. Un niño.
Parece que llegó golpeado de la escuela. No sé su nombre porque no lo
alcanzamos a anotar –expresa enérgico. Intolerante por haber trabajado diez
horas de corrido. Pasó todo su día sentado en la silla detrás de mesa de
entrada, estresado por tantos movimientos presentes en el sitio.
–Vine
a buscar a mi hijo, necesito entrar. Lo golpearon sin querer y sin cesar,
jugando al caño, la liga. ¿Sabe algo de él a pesar de que no lo haya anotado
por haber estado ocupado? –siente un muro pegado contrastando sus crudos
sentimientos.
–¿Ah…
usted viene solo a ver? ¿No tiene nada? Bueno, por favor, necesito que se
retire, por las buenas. En la sala de espera no se admiten personas con el
torso desnudo. A menos, qué… tenga algo grave.
Filpo
se retira. Recordó que hay una ventana girando a la derecha ni bien sale del
interior del CEMEBÁ. Decidió treparse a husmear. Siente gloria por su
razonamiento. Sin embargo, quizás agravaría sus problemas. ¿Imaginate a un loco
con el torso desnudo trepando el centro médico del centro de la ciudad? Qué sé
yo.
El
sacrificio de nada sirvió. Cortinas blancas tapan precaviendo este tipo de
situación. Las cortinas lo demuestran. De no creer, cualquiera puede ir a sacar
una foto para comprobarlo.
Una
fuerza de coerción externa atenta su manifestación individual haciéndolo
caminar con la misma inercia. Ingresan con palos, botellas, gritando y
rompiendo lo que esté a su alcance. ¿Qué carajo pasa? Piensa al caminar. Piñas
van, piñas vienen, los muchachos se entretienen. Vecinos y familiares unidos,
tomaron la decisión de generar dichos disturbios a causa de la cantidad de
chicos que fallecieron la última semana. Filpo, aprovechó, saltó a una persona
que se encontraba tirada entre tanto revuelo e ingresó a urgencias.
–¿Pero,
qué está pasando? ¿No puedo creer la situación? Se supone que acá, estaría mi
hijo. Doctor, busco a un chico que se llama Paquito. ¿Lo atendió?
–No,
no… para nada, él es el primer chico que ingresa. Se tropezó con una baldosa
floja del patio de la escuela. Parece que le falta mantenimiento. ¿Qué le pasa
señor, está con el torso desnudo?
–No,
hoy me puse una remera invisible –se desquita con alguien ajeno a su enojo. Cierra
la puerta y se va. Como los chicos de la semana pasada, los que se fueron de su
clase de sociología. ¿Qué suponen, che?
El
lugar se encuentra todo destruido, el guardia de seguridad está en el pasillo
del otorrinolaringólogo. El señor de mesa de entrada, no pudo con todos. La
ligó por segunda vez, como jugando al caño la liga. El primer round fueron las
extensas horas laborales.
Que
bueno, solo le dejaron el pantalón: su celular, está en el bolsillo. Llamó a
Cala. Trató de explicar lo menos posible. Necesita ser breve y claro, virtudes
que no lo caracterizan. Mientras, corre en dirección a lo hablado
telefónicamente.
–Justo
hoy, mi auto viejo está roto, cuando más lo necesito. Es típica, es karma. Así lo planteó el instructor de yoga del
oriental “Spa Lelajate” de la ciudad de Ladrillos. La famosa ley de causa y
efecto, donde a todas mis acciones, el universo las devuelve. Qué sé yo. El
medio de comunicación hegemónico es APV TevéShow, allí habló el instructor. No
me van a mentir –habla sólo mientras camina. Cala se ve a doscientos metros de
distancia acercarse.
–¡Paquito,
estás en casa! ¿Dónde te metiste? Me pasó de todo, encima, nunca te encontré
–preocupado y un tanto enojado Filpo al llegar a su casa ve a Paquito sentado.
Algo está haciendo en la computadora. Cala, entra detrás de Filpo.
–No pasó
nada papá. Me llevaron al dispensario que está cerca de la escuela. Me
regalaron este folleto de alimentación saludable, mirá.
–¿Al
dispensario? Me llamaron y me dijeron que te llevaban con urgencias a asistencias
médicas. Ah… claro. Qué boludo.