Blog de Fabricio Rodríguez de la ciudad del Villazo, Santa Fe, Argentina.

¿Qué ha pasado con el tiempo?




Cuando se dio cuenta, el reloj de arena que alguna vez recibió de obsequio de sus padres cayó al suelo. El tiempo no se detuvo, ya que es el centro de atención; la lupa se enfocó en algo que no se puede reparar, pues el reloj yace en el suelo.

Parece perturbado, irradiando un humor inestable, proveniente de un entorno inhóspito, como si el recorrido de la misma cuerda que nunca termina lo mantuviera atado.

El reloj de arena permanece allí, inerte, esperando preguntarle a quién lo mantenía aislado: "¿Qué pasa? ¿Estás ahí?" Parece estar roto; a menos que funcione con la arena esparcida por el suelo, sin noción de su flujo, con sus cavidades de vidrio dañadas por su fragilidad, y su estructura que teóricamente lo sostiene, quebrada.

Aun así, camina de un lado a otro, a veces rodeando la mesa en la que solía reposar frente al espejo antes de la ruptura. Tal vez se encuentra tenso, con una expresión efímera de nerviosismo; además, no reacciona. El reloj sigue allí, inerte, esperando a que alguien lo reconstruya para que pueda aprovechar el tiempo que se está perdiendo.
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Intimidad tejida en susurros




Fue en ese momento, al soltar ese profundo suspiro, que me di cuenta de que no solo uno de mis brazos rodeaba su espalda, sino que también se entrelazaban. Desde la base de su extremidad, mi cuello se acercaba al suyo, y mi rostro buscaba rozar suavemente la barba que reposaba en su apacible mentón. Era un claro indicio de que mis labios anhelaban el deseo de explorar su rostro, comenzando por cerrar los ojos y capturar el primer aroma que emanaba de la delicada piel debajo de su oreja.
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Trayecto a la manzana # 7





Todos están en su mundo. La pareja de la izquierda saca diversas fotos, y varias por lo que se ve. En la más elegida por ellos puede apreciarse un árbol. Ambos sonrieron después de fotografiarse ya que sacaron con flash en plena tarde de sol.

    En el lugar en el que están, se encuentran con el famoso taekwondista. Como todos los fines de semanas, practica tranquilamente la rutina con un compañero. Su compañero sostiene las palmetas y él golpea ferozmente. ¡Qué macana! En pocos minutos se apareció un loquito que golpeó al taekwondista y además a su compañero: se roba las palmetas. Menos mal qué ese día Filpo se quedó en su casa a reparar el auto viejo. ¿Mirá si el del mal momento era él? Qué sé yo.

    Sin embargo, no es el único que está de fiesta. También lo está Cala, junto a Paquito. Ambos disfrutan de la “Great celebration of Children's Day” organizada por el municipio de Ladrillos. La misma auspicia APV TevéShow. ¿De qué disfrutan? De saber que obtuvieron un número para el sorteo de la única bicicleta que se regala. Quizás, entre los trece mil chicos que asistieron al evento, podrían ser los ganadores. En fin, después de haber estado boludeando por allí, a Paquito le agarró ganas de hacer pis. Obligadamente tuvieron que alejarse de la fiesta para consumir en un bar y poder utilizar un baño ya que en la fiesta no había.

    Dentro de Alpaso, el bar de la avenida principal de Ladrillos, tres viejos toman café, y uno no tan viejo y corajudo, un vaso de whisky con un hielo. El cuarteto está sumergido en el fondo de una conversación acerca del contenido de una de las primeras páginas del diario Portal de los Chusmas. Una familia y un asesinato. Qué fuerte escuchar algo así a esta hora de la siesta. La culpa es de Paquito, ya que lo está escuchando todo. Qué tremendo el pibe.


¡Fuera! ¡Fuera! ¡La puta madre! Salí de acá, perro. Yo no sé porqué la vieja chusma Videla no cuida a sus perros. Tengo que andar renegando con este tornillo de mierda y esta herramienta que seguro no fue inventada para lo que estoy haciendo. Este perro de mierda es el culpable de mi mala onda –gruñe Filpo, fastidioso. Espanta con su pie izquierdo al perro de Videla, mientras está acostado boca arriba reparando el egreso de nafta del tanque del auto viejo. ¿Acaso Videla o tu vecina más cercana tiene esa cualidad de saber iniciar su profesión de vieja chusma? Qué sé yo.

    Parece ser, después de todo el murmuro, que a Filpo no le falta mucho para terminar. Solo tiene que aflojar una abrazadera con un destornillador para poder retirar la manguera que conecta al tanque de nafta. La idea es remplazarla por una nueva.


Paquito, mirá la cantidad de gente que hay en el bar. Voy a aprovechar a repartir los bonos de descuento. Además les voy a realizar una pregunta, quién la conteste bien tiene un regalo de mi negocio –acomoda su peinado con la mano izquierda, con la derecha guarda las gafas en el bolsillo. Busca en los bolsillos de su campera los bonos. Paquito lo mira entendiéndolo poco. Cree que su tío está loco por vender.

    ¡Buenas tarde gente! Mi nombre es Cala. Hoy es un día increíble, no solo por la Great celebration of Children's Day, sino también porque estoy agradecido que todos nosotros compartamos este espacio. Estoy a gusto con la tranquilidad que reina en el lugar, hay un clima agradable y es gracias a ustedes. Quiero dejarle estos bonos, no sólo son para encontrarme si me necesitan, con dicho podrán tener descuentos personalizados en mi negocio. Desde siempre algunas cosas mías podrían ayudarlos. ¡Ups! ¡Cierto que hoy es el día del niño! Tengo un bono especial de regalo a quién me diga la dirección del negocio –alza el bono hacia lo alto. Observándolo fija y cálidamente, sus ojos brillan como el mismísimo papel. Alpaso rebosaba de alegría ya que todos están enloquecidos por tal discursos. El hijo de un “rata” que no tiene internet en su casa y consume un mini café para aprovechar la red inalámbrica, rompe un diario y tira papeles de la emoción.

    ¡En el centro de la ciudad de Ladrillos! ¡En el centro de la ciudad de Ladrillos! -exclaman cinco sujetos. Cala pide disculpa por haber utilizado de sus tiempos.

    Contento y orgulloso por su oficio, al darse vuelta para ver a su sobrino, el mismo no está. ¿Qué pasó con Paquito?


Filpo termina después de haber renegado dos horas, demorado por causas naturales, se arrastra poco a poco tratando de salir de debajo del auto viejo. El perro de Videla le olfatea la pierna mientras lo hace. Siente calor en su rostro, unas pequeñas gotas de sudor lentamente se asoman en su frente. La ira por hacer desaparecer el perro de Videla o directamente ir a putear a la dueña o hacerla desaparecer con el perro, estalla en su interior y la reprime. Le recuerda al acto de vandalismo en una granja de ayuda, al que patearon a los animalitos con mucha violencia. No se encuentra del todo conforme, aunque pudo lograr salir de allí abajo. Mira de Videla, y ella está allí, rodeadas de cortinas. Se sienta en baúl a descansar y tranquilizarse.


Cala se acerca al mostrador para entablar una breve conversación con la chica de atención al público: necesita saber dónde está su sobrino. Primero empezó por la góndola, encontró unos chocolates excelentes que le recuerdan las noches de películas a lo gordo. Evoca las explosiones de chips, de almendras, rellenos, en sí, todos los chocolates llaman de su atención. Sobre todo los bomboncitos que están debajo de los chicles, en el estante del medio, lado izquierdo, esos redonditos que tienen licor. Lo peor es que siempre prefiere invertir en sus negocios. Entonces, agarró el chocolatín más barato. Mientras está pagando escucha voces que vienen desde la cocina. Una es parecida a Paquito, pensó. “¡Claro, Paquito!”, hasta que recordó que él lo está buscando. Pide permiso para ingresar. Le deja un bono de descuento a la chica.

    –¿Qué haces Paquito? La gente está trabajando no molestes. Nos tenemos que ir –lo toma de sus pequeños hombros, se agacha hasta llegar a su cabeza.

    –¿Es su hijo? ¿El mocoso maleducado es su hijo? –de mala manera mirando fijamente sobre Cala se manifiesta una cocinera.

    –Es mi sobrino, nos estamos yendo. Gracias por todo, no se olviden de visitar este lugar –deja un bono sobre la mesa.

    –¡Tu sobrino dice que la cocina está sucia! ¡Que no podemos cocinar en estas condiciones! Es antihigiénico –deja los utensilios sobre la mesa, coloca sus manos en la cintura. Feo aspecto brota en su imagen.

    –Disculpe señora no volverá a ocurrir. Me encargaré de retarlo –la situación comienza a incomodarse. Su celular está sonando.

    –¡Porque no te quedas a limpiar, tío! Así lo conformas a tu sobrinito.

    Cala atiende el celular, Filpo está en problemas. Se retira de la cocina sin importar de lo que la cocinera le dice. Solo bastó con dar media vuelta y empezar a caminar junto a Paquito. La conversación telefónica es increíble. Filpo relata que prendió fuego al perro de Videla y está escapando de la ciudad. En los próximos días tendrá que hacerse cargo de Paquito.


–¡Hola Juguete! Acabo de cortar con mi hermano. ¿Sabés por qué te llamo? Estaba fumando un pucho sentado en el baúl del auto viejo y cuando tiro el cigarrillo, el perro de Videla ardió en llamas. No me vas a creer, el perro chusma, igual que la dueña, se ve que se revolcó en la nafta que perdió el auto viejo mientras lo arreglaba. Del susto el perro corrió a su casa y encendió la cortina de la puerta. Ante la duda rajé. Necesito que me mantengan al tanto.

    Filpo se queda sin batería en el celular. Ni siquiera han pasado cinco minutos de su escape. No sabe dónde irá a parar, tampoco imagina porque está haciendo tanto escándalo, podría haber ido a disculparse o ayudar en el incendio. ¿Acaso quería que se incendiara todo? Qué sé yo.

    Al doblar a la izquierda nota que la luz de giro tiene problemas, estaciona. Camina hacia la parte trasera del auto, le dio un par de golpes a la óptica; no encendió. Decide seguir sin el guiño. Conduce lentamente, mientras se va chista a una chica hermosa que suele ver.

    –Bueno, qué decirte. Estamos escapando porque son más de trescientas casas incendiadas en Ladrillos en lo que va del año –habla a sus escritos que están en el asiento de al lado–. Al menos te estoy sacando a pasear, lo hago con Juguete algunas veces. Cómo es tu primera vez podríamos hacer un tour. Ya que nos queda recorrido tenemos que aprovecharlo. ¿Empezamos? Bueno… cuando vas trayecto a la manzana…



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Trayecto a la manzana # 6





–Bueno, tengo aproximadamente veinte minutos para comenzar a escribir la próxima edición. Justo el tiempo que necesito para llegar a mí casa –mira su reloj Rolmelt para saber si es o no es la hora que espera que sea. Crujen sus huesos de la espalda con un simple movimiento corporal, al finalizar presione la tecla numeral. Perdón, al finalizar da punto de partida trayecto a la manzana. ¿Trayecto a la manzana?

    Observa un árbol detalladamente, parece, que, sobre la corteza algo está escrito. No se alcanza a ver bien definido porque es de noche. Igualmente como tiene la particularidad de caminar un poco más rápido que el psicólogo que conoce, el árbol en pocos segundos quedó atrás. Ya es historia. Es pasado de un presente que al simple pestañar de ojos es historia.

    En su caminar distraído, se asusta. Dos perros se encuentran en la esquina, uno color negro y manchas blancas con rulos, otro color marrón clarito con el hocico más oscuros. Uno, apoyando las patas en el pecho del otro, mordiendo una de las patas, el mordido trata de quitárselo de encima con sus patas traseras; juegan a lo perro. Lo que lo asustó fue el taekwondista de Ladrillos que pasó caminando por al ras de su cuerpo. Creo que fue de manera agresiva. ¿Por qué lo habrá hecho? ¿Qué respondería el narrador? Es fácil: qué sé yo.

    Filpo comienza a seguirlo. Observa cada paso del taekwondista, de reojos mira fijamente su espalda. La noche no es de las tantas frías de invierno. Igual puede percibirse el clima. Duda en saber cómo se anima a deambular sólo por este barrio. Con lo peligrosa que está la calle; ¡claro! es taekwondista, sabe defensa personal. ¿Filpo qué sabe? Caminar más rápido que el psicólogo, por suerte. Mientras lo sigue decide realizar una pequeña evaluación queriendo captar la atención. Golpearía su puño izquierdo con la palma derecha, intimidándolo. Solo para saber cuál sería la reacción del taekwondista. Pero, como está fuera de estado físico, al cansarse descendió tres puntos de velocidad. Comienza a alejarse justo cuando se halla cerca del pasamano que está después del subibaja próximo al primer banco, Filpo, sube un pie al cordón que está tres metros antes que todo lo anterior. La policía que raramente realiza guardia en la plaza que diariamente cruza y nunca está, lo detiene.

    –¡Flaco, sacate la capucha y vení para’cá! –busca la linterna mientras desciende del vehículo. Además, aprovechó para tirar algunas bolsas de papás fritas y una bolsa de yerba mate que rebalsaba en el cajón de la puerta. Encuentra la linterna.

    –¿Qué tal oficial? ¿Qué pasa? –lentamente saca su capucha con la mano manchada con tinta previamente en la hora de sociología. Baja el cierre de la campera hasta la mitad, con poco esfuerzo gracias a la vela que le pasó en un momento de ocio. Se acerca meneando la cabeza hacia ambos lados; observa el lugar. No le gusta la idea de perder tanto tiempo.

    –¡Estás siguiendo al muchacho! Tenés pinta de sospechoso, más a esta hora de la noche vestido así –la linterna no enciende, le da unos golpes contra la palma de su mano. El gabinete hace ruido, seguramente se aflojo de tanto maltrato. Su compañero se acomoda el cinturón.

    –Oficial, es mi ropa de laburo, hace un rato salí y ahora estoy yendo a mi casa.

    –¿De qué trabajas? ¿Qué tenés en la mochila? –alumbra su hombro, luego su mochila mientras gira a su alrededor; realiza un sondeo. El compañero se queda abrazando una escopeta a dos metros de distancia.

    –Soy profesor de la Escuela Secundaria de Ladrillos y escritor de un humilde blog. En la mochila llevo mis instrumentos de trabajo –lo mira fijamente demostrando respeto, a su vez oculta un poco de nervios.

    –Mostrame tu identificación personal y vaciá la mochila. Te vamos a cachear –ambos se miran. El oficial hace unos movimientos con la cabeza, su compañero baja el arma, saca un folleto del chaleco antibalas y una birome de su bolsillo. Por los intentos que realizó, al parecer la birome no anda; finge escribir.

    Apoya la mochila sobre el suelo y está con su peso aplasta el pasto. Junta sus manos y abre la mochila en dos mitades. Saca papeles rayados y lleno de garabatos, una pluma de lechuza, un cuaderno todo rayado y más pavadas.

    –¿¡Vos me estás cargando!? ¡Esta mochila no tiene nada! –eleva la voz el oficial. Expresa catarro producido por tanto fumar.

    –Se lo dije oficial, son solo cosas mías… de trabajo.

    –¿Tus cosas de trabajo? Estas son todas porquerías –enojado de tantas vueltas su paciencia parece acabarse. El compañero mira sus uñas.

    Filpo contesta cada pregunta realizada, con algo de temor, intentando respetar al oficial. Sin embargo el señor palpeador, todo lo contrario, agresivo, con la idea fija de que es de noche y Filpo actúa de manera sospechosa. ¿Por qué deposita tanta desconfianza en alguien que camina encapuchado a horas de la noche por una plaza? Qué sé yo.

    El tiempo lentamente se pierde, desde hace varios minutos se encuentran inmersos en la situación, sin llegar a un acuerdo concreto, sin saber qué buscan de él para dejarlo ir. Entonces, el clima se rompe al escuchar el radio que se encuentra en el auto. Necesitan refuerzos de carácter urgente en el Puerto de Ladrillos. Al parecer un remolcador se hundió en el río afectando a nueve tripulantes de los cuales ocho están siendo salvados por un pescador y uno aún sigue sin aparecer. Corren directo al auto dejando libre a Filpo; continúa su camino.


Llega a su casa, encuentra a Paquito mirando APV TevéShow. Está sentado tranquilo, tocando con sus pies que no llegan al suelo a Inquieta que yace desparramada hasta escuchar el ingreso de Filpo. APV TevéShow no es para niños, como todos noticieros. El canal actualmente se encuentra cada día innovando, tratando de atrapar a todo tipo de público. Los nuevos personajes que aparecen disfrazados parecen entretener a su pequeño hijo. Además, ¿le importaría a un niño de tan solo cinco años saber que inauguraron un nuevo depósito para vehículos incautados sin buscar una manera de concientizar a la gente sobre seguridad vial? Filpo decide cambiar de canal.

    Luego de contar detalladamente su día, compartiéndolo y expresando ciertas emociones por haber conseguido el repuesto de su auto viejo, se hace el primer aperitivo borracho y se dirige a la computadora.

    Dicen los viejos que hay que desayunar como reyes, almorzar como príncipes y cenar como un mendigo. Bueno… salvo hoy que está de moda el nutricionista, de no ir estarías comiendo inadecuadamente. Sin embargo, padre e hijo, todavía intentan vivir de las viejas costumbres para que sigan perdurando. Como Filpo comienza a escribir su nueva edición y a los tres renglones el apetito acecha con aspecto feroz, prefirió preparar una picada.

    Se sienta junto a Paquito mientras toma otro aperitivo borracho. Paquito toma jugo natural exprimido. Los chicos menores de dieciocho años, en la ciudad de Ladrillos, no toman bebidas alcohólicas. Como en todo el mundo. ¿No es cierto?

    Imagina qué diría Juguete al ver la tremenda picada que está sobre su mesa. Gracias a un boludo de escritorio, que se sentó a tipear líneas y líneas de un espléndido proyecto, como trayecto a la manzana, hoy disponemos de envíos de fotos por celular. En ningún momento dudó en sacarse una fotografía junto a la tremenda picada para que muera de envidia su gran amigo al recibirla. Total, desde que tiene tendinitis en el dedo de tanto usar su celular, qué problema habría en usarlo una vez más.

    Recordó que la aplicación en la cuál realiza la transferencia tiene que actualizarse. A raíz de no haber comprado el paquete de datos por esperar la publicidad de descuento, decide utilizar la red inalámbrica. Desde la cocina no tiene señal, así que se acercó al modem. Como éste no emite señal, después de diecisiete golpes y trece azotes, lo reinicia. Sigue sin funcionar. Carente de felicidad por no enviar la foto, fue al patio a utilizar la red inalámbrica de la vecina… “Envío realizado con éxito”. Regresó a la cocina.

    Termina de comer y corre dirección a su escritorio. Se rompe el dedo chiquito del pie con la pata de la mesa y automáticamente evoca una compañera torpe. Llega rengueando con brillo de lágrimas en sus ojos, se sienta y comienza a escribir.

    Realiza una breve lectura para entrar en sintonía. Las últimas líneas cuentan que un trabajador de la ciudad de Ladrillos, fallese en la laguna ecológica de la contaminante planta industrial. Al terminar de leerlo, en lugar de seguir escribiendo, comparte tonterías a través de su teléfono celular. Si bien dejó plasmada la noticia en su blog, al fin y al cabo, en menos de un mes todos lo olvidarán, menos su familia.

    Paquito sigue mirando tevé.



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Trayecto a la manzana # 5





Golpea cada baldosa con su metatarso. Camina de un lugar a otro hiperactivamente. Frota sus manos ligeramente, al finalizar hace crujir sus dedos. Palpó su temperatura corporal con su áspero tacto.

    Un escritorio con su superficie rayada, escrito por completo. Cientos de grupos con decenas de letras, increíble. En su adolescencia, cuando cursaba la Escuela Secundaria de Ladrillos, dejó su cuño en el escritorio hasta que haya suficiente cantidad de personal de limpieza. Sobre el mismo escritorio, apoyó un fibrón color negro. Lamentablemente es permanente, una vez más no se puede borrar el pizarrón. ¿Acaso será un truco para que los profesores no lo utilicen, al pizarrón, o al fibrón? Qué sé yo. El tipo lo agarró, haciéndose el artista señaló a los alumnos, sonríe y comienza a escribir. El trazo de sus letra deja plasmado lo siguiente: “¿Cómo urbaniz” –un chico lo interrumpe.

    –¡Profe! Disculpe que le hable de esto –levanta la mano, ansioso. Con cosquillas en la panza, de nervios.

    –¿Qué te disculpo? Aún no me dijiste nada. Contame, no hay drama. Escuchemos chicos –apenas apoya su cuerpo en el escritorio. Se cruza de brazos.

    –¿Sabe algo de la profesora? De esa que está en la red social. La chica de Ladrillos que se reproduce en cada uno de los celulares –gira de un lado a otro, oscilando su cabeza, buscando aprobación del grupo.

    –¿Qué es lo que tengo que saber? –mira de reojos, conociendo la causa. Esperando una respuesta.

    –¡Vamos Profe! Salió en “APV TevéShow” y el diario “Portal de los Chusmas”. Todos hablan del suceso. Los profesores hablan, además, ella es de esta escuela. ¿Cómo, no se enteró?

    –No me enteré. Sin embargo, si sabría algo de otra persona que no conozco. ¿Por qué hablaría de tal tema? Para qué.

    –Porque es re trola la profesora. ¿Qué ejemplo da?

    –Disculpame, quién es más santo, vos el reproductor del mensaje o ella que cumplía una fantasía. Si algo se filtró en forma accidental, bueno, que garrón. Si ella dejó escapar el mensaje porque así lo dispuso, debe estar feliz por la personalidad que tiene. Sin embargo, nadie tiene que meterse y juzgar la intimidad de nadie. ¿Y sí en un futuro cercano o lejano tenés un suceso cómo el que imaginamos, te gustaría que lo reproduzcan si fuese un accidente? –suena el teléfono celular de Filpo– disculpen chicos, ya retomaremos la plática. Es importante, debo atender.


Minutos antes Griscelda preparaba café en la sala de maestros de la Escuela Primaria de Ladrillos. Los alumnos jugaban en el patio disfrutando el recreo. Mucha algarabía, los pasillos vibraban de bullicio. Apenas alumbraba el sol la mañana de invierno.

    –¡Pasala, pasala! –gritaba un chico.

    A quien le pase la pelota entre las piernas haciendo “caño”, tiene que correr a tocar el mástil, antes de que lo agarren a patadas. Jugaban al famoso “caño, la liga”.

    Filpo recibe un llamado de Griscelda. Paquito fue llevado con urgencia por la asistencia médica al haber recibido tantas patadas.

    Se desesperó, saludó a los chicos y salió corriendo en dirección al CEMEBÁ (Centro Médico Básico).

    Mientras camina cansado, interceptó a dos sujetos que violentamente detuvieron su marcha. Ladrones en pleno centro de la ciudad, a pocas cuadras de la plaza principal de Ladrillos. Robaron todas sus pertenencias. Solo le dejaron el pantalón.

    No le quedó más remedio que caminar o correr. Hacer de cuenta que no pasó nada.

    Las ajugas del reloj parecen aceleradas, giran rápido. El Rolemlet enchapado en oro, nunca marca con certeza si es o no es la hora esperada. Simplemente evoca dos opciones distintas pero válidas. El plan “a” sería llamar a la policía y tardar varios minutos, varios, minutos, varios. No repitas, no. O tratar de caminar pensando que todo pasó y nadie va a llamar de su atención por caminar con el torso desnudo por el centro de la ciudad. El plan “b”, culminó con un excelente en el margen y resaltante sello color verde. Llegó a CEMEBÁ.

    Sin problemas empuja con fuerza la pesada puerta vaivén con su antebrazo, apenas se golpea el codo. Contempla efímeramente el cartel de urgencias. La puerta está entreabierta.

    –¡Señor! ¡Disculpe, señor! Tiene que anunciarse. Están atendiendo a un herido. Un niño. Parece que llegó golpeado de la escuela. No sé su nombre porque no lo alcanzamos a anotar –expresa enérgico. Intolerante por haber trabajado diez horas de corrido. Pasó todo su día sentado en la silla detrás de mesa de entrada, estresado por tantos movimientos presentes en el sitio.

    –Vine a buscar a mi hijo, necesito entrar. Lo golpearon sin querer y sin cesar, jugando al caño, la liga. ¿Sabe algo de él a pesar de que no lo haya anotado por haber estado ocupado? –siente un muro pegado contrastando sus crudos sentimientos.

    –¿Ah… usted viene solo a ver? ¿No tiene nada? Bueno, por favor, necesito que se retire, por las buenas. En la sala de espera no se admiten personas con el torso desnudo. A menos, qué… tenga algo grave.

    Filpo se retira. Recordó que hay una ventana girando a la derecha ni bien sale del interior del CEMEBÁ. Decidió treparse a husmear. Siente gloria por su razonamiento. Sin embargo, quizás agravaría sus problemas. ¿Imaginate a un loco con el torso desnudo trepando el centro médico del centro de la ciudad? Qué sé yo.

    El sacrificio de nada sirvió. Cortinas blancas tapan precaviendo este tipo de situación. Las cortinas lo demuestran. De no creer, cualquiera puede ir a sacar una foto para comprobarlo.

    Una fuerza de coerción externa atenta su manifestación individual haciéndolo caminar con la misma inercia. Ingresan con palos, botellas, gritando y rompiendo lo que esté a su alcance. ¿Qué carajo pasa? Piensa al caminar. Piñas van, piñas vienen, los muchachos se entretienen. Vecinos y familiares unidos, tomaron la decisión de generar dichos disturbios a causa de la cantidad de chicos que fallecieron la última semana. Filpo, aprovechó, saltó a una persona que se encontraba tirada entre tanto revuelo e ingresó a urgencias.

    –¿Pero, qué está pasando? ¿No puedo creer la situación? Se supone que acá, estaría mi hijo. Doctor, busco a un chico que se llama Paquito. ¿Lo atendió?

    –No, no… para nada, él es el primer chico que ingresa. Se tropezó con una baldosa floja del patio de la escuela. Parece que le falta mantenimiento. ¿Qué le pasa señor, está con el torso desnudo?

    –No, hoy me puse una remera invisible –se desquita con alguien ajeno a su enojo. Cierra la puerta y se va. Como los chicos de la semana pasada, los que se fueron de su clase de sociología. ¿Qué suponen, che?

    El lugar se encuentra todo destruido, el guardia de seguridad está en el pasillo del otorrinolaringólogo. El señor de mesa de entrada, no pudo con todos. La ligó por segunda vez, como jugando al caño la liga. El primer round fueron las extensas horas laborales.

    Que bueno, solo le dejaron el pantalón: su celular, está en el bolsillo. Llamó a Cala. Trató de explicar lo menos posible. Necesita ser breve y claro, virtudes que no lo caracterizan. Mientras, corre en dirección a lo hablado telefónicamente.

    –Justo hoy, mi auto viejo está roto, cuando más lo necesito. Es típica, es  karma. Así lo planteó el instructor de yoga del oriental “Spa Lelajate” de la ciudad de Ladrillos. La famosa ley de causa y efecto, donde a todas mis acciones, el universo las devuelve. Qué sé yo. El medio de comunicación hegemónico es APV TevéShow, allí habló el instructor. No me van a mentir –habla sólo mientras camina. Cala se ve a doscientos metros de distancia acercarse.


–¡Paquito, estás en casa! ¿Dónde te metiste? Me pasó de todo, encima, nunca te encontré –preocupado y un tanto enojado Filpo al llegar a su casa ve a Paquito sentado. Algo está haciendo en la computadora. Cala, entra detrás de Filpo.

    –No pasó nada papá. Me llevaron al dispensario que está cerca de la escuela. Me regalaron este folleto de alimentación saludable, mirá.

    –¿Al dispensario? Me llamaron y me dijeron que te llevaban con urgencias a asistencias médicas. Ah… claro. Qué boludo.



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Trayecto a la manzana # 4




Suena el timbre. Con mucha algarabía todos se retiran rápidamente por los pasillos húmedos de la Escuela Primaria de Ladrillos. Entre todos los que descienden escalón por escalón de la escalera del portón principal. Paquito se despide de su día escolar.

    Se lo nota preocupado, su rostro lo expresa. Saluda a algunos chicos, estos no responden. Comienza a caminar hacia su casa.

    Pateando piedras, piedritas, mufa, pateando. Caminando con las piedras. Mirándolas rebotar sobre el suelo sin alguna dirección, tratando de que la patada no sea fuerte, así evitaría golpear a algún peatón que se encuentre en la misma vereda. Mucho menos que la piedra impacte contra el vidrio de una casa o un auto. Lamentablemente tarde se dio cuenta. Una señora le dio un tirón de orejas por haberla golpeado con una piedra su canilla. Ahora Paquito no solo caminaba preocupado, sino también con dolor en su pequeña oreja.

    No demoró mucho tiempo en llegar. La caminata no lo cansó, pero si el exagerado peso que tenía su mochila. ¿Cuántas cosas puede llevar un chico de solo cinco años? Qué sé yo.

    Abre la puerta y encuentra a Filpo rodeado de papeles, concentrado, con centenas de letras escritas en su pizarrón. Sonríe y abandona sus cosas cuando lo ve.

    –¡Hola, Paquito! ¿Qué onda? ¿Por qué esa cara? No me vas a decir que otra vez la señorita dijo que no le preguntes tantas cosas. Si sabés que a las seños le molestan los chicos preguntones. No seas hincha pelota –se acerca a recibirlo. Paquito, teme decirlo.

    Su padre lo fastidió con el monólogo. Con nervios, llorando y moqueando comenta que tiene un listado de materiales para un trabajo de la materia actividades prácticas. La semana siguiente comenzarían a hacer un regalo para quien corresponda entregar el día del amigo. Filpo se asombra del suceso. Se arrodilla junto a él, trata de calmarlo con una palmada en el brazo.

    –¿Qué pasa Paquito? ¿Cuál es el problema? En algún momento vamos juntos y compramos los materiales. Aún nos queda una semana.

    –Papá, el problema es que no tengo amigos. Ningún compañero quiere jugar conmigo. Quiero que me compres un celular. Los chicos de la escuela, tienen esos tipos de amigos.

    –Paquito, solo tenés cinco años. El celular lo vas a tener cuando seas grande y sobre todo, responsable. Vamos a hacer una cosa. Googleemos cómo hacer amigos y nos informamos mejor.

    Se sientan frente a la computadora padre e hijo. Con mucha paciencia explica cada paso, enseñando, cómo buscar en internet. Paquito se burló de él, diciéndole que maneja mejor la computadora.

    De varios sitios web compilaron los mejores datos unánimemente. Paquito se entusiasma, imagina tildar cada casillero del listado que escribe.

    Una vez finalizado, dobla el papelito con las instrucciones para hacer amigos, lo introdujo en su bolsillo caminando a su habitación. Intenta no molestar a Inquieta que seguro está durmiendo cerca de su cama.


En la mañana siguiente en su auto viejo se dirige a la ferretería. Escuchando música a volumen medio y fumando un pucho, tira la ceniza por la ventanilla. Marcha aburrido observando la ciudad Ladrillos, más que al tremendo tráfico que acecha. Generalmente, es un poco distraído al volante.

    –¿Qué está pasando en la ferretería? Justo cuando tengo que comprar algo, están todos los periodistas. Iré a ver qué paso –balbucea entre labios. –¿Qué pasó, señor?

    –Golpearon brutalmente a un inmigrante con un martillo. La prensa acaba de llegar para realizar un reportaje sobre los tipos de martillos y su utilidad –señala el ventanal de la ferretería.

    –¿Y… tantos periodistas y tantas cámaras para eso?

    –No lo sé pibe, soy inspector de colectivos.

    Espera unos minutos, cuando se retiran, entra a la ferretería. Pide cuatro ganchitos para colgar llaves. Solo le falta conseguir veinte centímetros de cualquier tipo de madera para cumplir con tal lista de materiales para la clase de actividades prácticas. Camina hacia su auto viejo buscando en sus bolsillos la llave del mismo.


–Hola hijo, ¿cómo te fue en la escuela? Tengo los ganchitos para el colgador de llaves que le vas a hacer a tú amigo. La madera te la trae el tío Cala, a la tarde. ¿Pusiste en práctica la lista? ¿¡Qué te pasó en el ojo!?

    Paquito se acerca a la cocina donde su papá está cocinando. Olor a milanesas a la napolitana rodea el lugar. La mesa está lista, solo falta el toque final, colocar los platos, los cubiertos, la bebida y la comida, sobre ella. Corre una silla y se sienta mirándolo.

    –Papá, no funcionó nada de lo que escribimos en el papelito. En la hora de la señorita Griscelda, invité a sentarse conmigo a un compañero y me pegó una piña creyendo que gusto de él. Quise integrarme en el recreo en un grupo y me echaron por charlatán. Busqué coincidencias observando a cada uno de los nenes y nenas, no encontré a nadie con mis gustos. A nadie le intereso. ¡Quiero un celular para poder boludear como todos los chicos sin vida social!

    –Bueno, Paquito, no hagas caso. Son solo chicos. Vení, jugá un ratito en la computadora qué papá termina de cocinar. Hoy cuando vaya a trabajar, viene el tío Cala a traerte el recorte de madera para hacer el colgador de llaves. Él seguro sabe cómo hacer amigos; es re vendedor –como Paquito se expresaba de manera alborotada, lo toma de los hombros, camina cuatro pasos lentamente junto a él, corre la silla y lo hace sentar bien arrimado a la mesa. Luego le da la computadora que estaba sobre la mesada. Le mete el dedo en la oreja de forma molesta y se retira. Una vez que retoma la cocina se da cuenta de que apagó la hornalla mientras charlaban.

    Automáticamente al encenderse la laptop, se conecta en la red social para conseguir algún amigo. Excelente idea se le había ocurrido. Navegó en cientos de páginas, la red social manifestó sugerencias, recomendando gente según sus gustos. Además tiene disponible varias solicitudes de amistad a partir de su residencia. Encontrándose así, de esta manera, rodeado de posibilidades para tener su amigo. Él solo debe escoger a la persona indicada; cómo saberlo.

    La mañana del viernes finalizó el tan esperado colgador de llaves. El mismo sería entregado a Lejitos, su amigo de la red social. Esta vez descendió la escalera del portón principal de la Escuela Primaria de Ladrillos, con una sonrisa en la cara y un colgador de llaves como regalo del día del amigo. Camina pateando piedras, de felicidad.

    –Papá, el domingo es el día del amigo, mirá el regalo que le voy a dar a Lejitos –estira sus brazos mostrando el colgador de llaves, como los alemanes levantando la copa del mundo. Lo muestra a su padre muy emocionado.

    –Buenísimo Paquito, mañana se lo llevamos. ¿Cómo lo conociste a tu amigo Lejitos, sabés dónde vive? –borra el pizarrón, mira de reojo.

    –Vive en la Quiaca, papá, lo conocí a través de la red social, es un chico muy bueno.

    –¡Pero hijo! ¿En la red social, tenés una y no me dijiste nada? Bueno, te felicito. El problema es que la Quiaca queda al norte de la Argentina, muy lejos de aquí. Tardaría días en llegar el regalo y sería muy costoso.

    Todas las ilusiones se desbordan como el Paraná borrando las orillas y logrando acabar con todo lo que rodea. Se inunda en un río de lágrimas sintiendo fallar a su único amigo. A simple causa, nuevamente trataría de comenzar. Restaurar lo poco que queda, a solo fuerzas de voluntad. Trabajando firmemente haciendo hincapié en finalizar en poco tiempo para poder dormir tranquilo a la noche.

    Después de tanto buscar la manera de agasajar a su amigo, ya que no pudo enviar el útil colgador de llaves que hizo en la Escuela Primaria de Ladrillos. Se encerró en su dormitorio. Sobre el suelo trabajó duro en un excelente collage que preparó pegando imágenes de los mutuo gustos. Una vez seco el collage escribió “Feliz Día Amigo” y pidió a su papá que lo escaneara para subirlo a la red social.

    A pesar de la distancia que separa a Paquito de Lejitos, ambos disfrutaron el día. Además, no hizo falta regalarle el útil colgador de llaves que hizo en la escuela.



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Trayecto a la manzana # 3





La lancha provoca largas olas que hacen templar el río. Entre saltos y saltos con bruscos golpes logrando recorrer varios kilómetros, choca con arena mesclada con barro de la orilla de la isla. Salta con mucha fuerza, reacción y rapidez. Su pie izquierdo se entierra en la parte más blanda del lugar. ¡Qué mala suerte! Cae de frente sobre el suelo. Sin embargo con algo de audacia que logró juntar de su interior, retoma su rumbo y empieza a correr.

    Decenas de instantáneos balazos se incrustan en el suelo, sin nombrar los agujeros en distintos arboles. No acertaron ninguno, él sigue corriendo. Su corazón está casi a punto de estallar, parece que le late debajo del mentón. Desde su espalda siente presiones que no dejan entrar aire. Sus piernas están doloridas y cansadas. Mientras recorre kilómetros de distancia la persecución no afloja sus riendas. El rancho comienza a verse en el horizonte; junto a esta imagen, el sol que termina de esconderse, las estrellas comienzan su misión.

    Traba desde adentro las puertas del rancho en el mismo momento que está siendo disparado sin atinarle. Toma su escopeta y desciende a un hoyo, un pasillo sin luz hay en este. Escapa a gatas con la escopeta cargada en su mano mirando hacia la entrada.

    Logran entrar rompiendo la puerta entre cinco. Se toparon con cuatro toneladas de marihuana dentro del rancho. Entre los paquetes, estaba escondido el hoyo al cual quisieron entrar pero no cupieron porque eran muy gordos. Comenzaron a disparar pero no le dieron a nadie, acto seguido alumbraron con un encendedor. Tres se quedan con la prueba del delito, dos persiguen al narcotraficante más conocido de la región. Agravaba la situación el pedido de captura nacional e internacional, ya que los narcos lograron escapar.

    Piden refuerzos y lanchas para llevarse los estupefacientes incautados hacia el DSE (Departamento de Sometimientos a Evaluaciones). Caminando cargados con algunos de los paquetes, encuentran un cadáver colgado de un árbol a veinte metros de la costa.

    –Filpo, me parece que estas mezclando dos noticias –agarra el diario “Portal de los Chusmas” con impulso, se hace un bollo con el envión. Lo estira frente suyo con el antebrazo, al finalizar lo abre buscando la noticia.

    Filpo le tira un manotazo peinándole el pelo, sonríe –te la creíste Cala. Mirá si eso va a estar en el diario. Las noticias son más inteligentes y menos fantasiosas. Las noticias no mienten, los periodistas no sé. ¿Vos cómo sabías?

    –Una persona ícono de Ladrillos como yo, tiene que estar al tanto de las noticias. Sino, cómo voy a ser conocido. Tengo que ser omnipresente. En todos lados tengo que aportar mi imagen. Por eso, tengo que saber lo que a la gente le pasa –expone un discurso elocuente. Dobla el diario al confirmar que lo había leído, termina tirándolo sobre la mesa, despreciándolo.

    –¡Está bien, gran vendedor! ¡Cala! Aunque…casi te vendo mi cuento, por momentos dudaste –cruje sus huesos de la espalda, gira a la izquierda para no mirarlo de costado. Lo invita a pelear en broma; arroja algunos puñetazos.

    –¡Ahora tengo nuevos relojes “Rolemlet”, son de enchapados en oro y sirve para saber si es o no es la hora que querías saber! No seas colgado, comprame un reloj Rolemlet –eleva su brazo de frente mostrando el reloj.

    –Hablando de colgado ¿No lo viste a Paquito? –Filpo busca en cada habitación.

    –¿No fue a la escuela?

    –Paquito va solo a la escuela. Todas las mañanas camina por el mismo caminito de tierra que une la casa con la escuela. No lo voy a acompañar por una cuadra. ¿Vos, lo viste hoy? –preocupado trata de explicarse.

    –¡Qué lo voy a ver, estuve todo el día vendiendo!

    Los perezosos hermanos, pocos preocupados por Paquito, revisaron los rincones de la casa. En ningún lado está. Nunca se les ocurrió llamar a la policía.

    –Filpo, vos viste el muchacho que dobló con la moto en la esquina. No se cayó de milagro. Seguramente iba borracho o drogado. Culpa de esta gente no se puede andar en la calle. No respetan a nadie. ¿Podés creer lo que me decía? –comenta lo que Videla le dijo el día anterior mientas estacionaba su auto viejo.

    Sonríe eufóricamente, se apoya la mano en su boca –¡Qué vieja chusma! ¿Qué le dijiste?

    –Que gracias a gente como ellos, ella estaba en el lugar de los respetuosos. ¿Qué querés, que le diga la verdad? “¡Qué me importa vieja chusma!”

    La conversación y las carcajadas son interrumpidas por el ringtone del teléfono de Filpo. Sonó algunos segundos, ambos lo miran, pero nadie atiende. Entonces, Cala golpea la cabeza de Filpo diciendo que puede ser Paquito. Filpo advierte de tener el identificador de llamadas, el número seguramente quedó registrado. Como no llamó en privado, por lo tanto le devolvería la llamada.

    Cuando contesta la llamada atiende un hombre de voz ronca, Filpo pregunta quién es. Éste se presenta como un exnarcotraficante recién iniciado en el rubro del secuestro. Necesita diecisiete mil pesos para liberar a Paquito sano y salvo. De no ser así el trato, eliminaría a Paquito de la faz de Ladrillos. Además la situación no debe ser informada a la policía.

    –¿¡Qué hacemos ahora, Cala!? –desespera Filpo, comienza a caminar de una punta de la cocina a la otra.

    –Googleemos cómo conseguir dinero en simples pasos –enciende la computadora que le regalaron tiempo atrás, por ser un estudiante.

    –Buenísima idea, voy a hacer lo mismo en mi celular –enciende el paquete de datos que le bonificaron por ser del “club” de su empresa de telefonía.

    Pasó casi media hora hasta que a Cala se le ocurrió hacer un delivery de bebidas alcohólicas artesanales para acompañar la picada del mundial de fútbol. Adquirieron una receta. Filpo se encargó de los embases vacíos y elaboración, Cala de vender el producto. Hicieron miles de pesos media hora antes del siete a uno. Se contactaron con el secuestrador.

    –Tenemos el dinero en efectivo, en una mochila con forma de dinosaurio. Solo esperamos la dirección. La anotaremos en nuestro GPS con piloto automático que Juguete diseñó. Iremos con los ojos vendados, para no ver el recorrido que realizamos por Ladrillos – Cala intenta iniciar una negociación, como buen vendedor que es.

    El trato no fue complicado. Concluyó un esperado pacto en vivo y en directo desde la plaza del centro de Ladrillos. Según la gente, todas las tardes, en dicho lugar, ronda la delincuencia. El exnarcotraficantes recién iniciado en el rubro de secuestros, cobró su dinero y siguió su camino.

    –Bueno, Cala, mirá cómo se van. Dobla tranquilo por la esquina, nadie lo frena. Qué sé yo –levanta sus hombros dudando.

    –Filpo, ¿dónde se metió Paquito? Estaba acá.

    –Acá estoy tío, fue una broma, me escondí para que no me encuentren. Es fácil engañarlos –salta hacia la izquierda para dejarse ver; un árbol lo cubría.



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