El ejército salió a las calles causando temor con armas letales que derriban desde lejos. Diferentes brigadas
con un mismo objetivo yacen de pie en las esquinas con sus escopetas colgadas
sobre sus cuellos; y parecen disfrutar del peso ya que ninguno la suelta. O de
la sangre que vuela después de los disparos. Del ruido que los excita. Del
equipamiento que los protege. De las tecnologías que utilizan. Al fin y al cabo
los vemos cargar (de colgarse) y cargar (de preparar municiones) sus fusiles en
manos.
Visten de
verde, de azul, de negro; distintas fuerzas de una misma institución lista para
la represión. Visualmente al reconocerlos en la distancia, intimidan con
extensa profundidad. Sin embargo, causaron tanto asco que olvidamos la paranoia.
Y así se concentró la bronca que alguna vez nos paralizó.
Una
voz que comenzó digitalmente logró agrupar a las masas. De celular en celular,
distintos textos y flyers con un mismo mensaje: en las calles a las 21 hs con
cacerolas en manos para desafiar al régimen autoritario que atormenta nuestras
vidas. Marchamos concentrando el descontento, mostrando las banderas y
pancartas con mensajes de repudios al fraude electoral. Como así sugirieron
ciertos grupos por las redes sociales, desde las puertas de sus casas, al ritmo
de las cacerolas es necesario apoyar cada paso y canto de la movilización.
En los barrios más vulnerados, barricadas improvisadas impidieron el acceso militar. No funcionó
demasiado. Además de varios heridos de balas, fueron siete personas asesinas en
manos de estas fuerzas represivas del Estado.
Silencio.
Mucho silencio cómplices de los gobiernos de la región. Callan. Callan de una
manera inigualable. Sus amigos empresarios, aprueban la represión de un Estado
autoritario. Los medios de comunicación atacan al pueblo y a sus
representantes, tratándolos de terroristas; demonizan a quien esté disconforme
de la militarización.
Los
medios solo reproducen una voz, que dice ser celestial y que se transmite desde
el vaticano. El papa exige una salida pacífica pidiéndole a Dios que calme las
cosas. A muchos nos gustaría que muera ahogado de hipocresía.