Sobre el fiel camino
meritocrático de los empalagosos sabores que ha probado, produciendo baba lo
encontraron. ¡Cuánta baba chorrea! Despojado de humanidad, se trasluce impune
por un camino que al parecer es un castigo para los demás. Su deber es
perseguir el éxito. Con una mirada despreciable se hace temer. Un cuño en su
inconsciente hace que la acción ante los ojos de los demás se manifieste según
su propia voluntad.
Rápidamente,
pensando en su actuación, acortó su recorrido frente al próximo, que estaba
delante de él con las mismas expectativas codiciosas. El protagonista envuelto
en torpeza, rozó con su cuerpo, a los demás personajes, mientras depositaba
pasos cargados de atrevimiento, produciendo más y más baba.
-¡Se quedan atrás! –revela la
idea. La realidad es dar pasos con convicciones para lograr el objetivo, sin
separarse del esfuerzo fundado con pertinencia… y posando por sobre la otredad.
Se expresaron luces tenues.
Música lenta se escuchaba de fondo; en primer plano quedaron algunos pisotones
sobre el escenario. La obra está picante. ¡Vale el costo de su entrada! ¿Vale
el costo de su entrada? Quizás el asiento del espectador no es el mejor del
teatro, pero permite descansar en la idea de que se pueden encontrar peores
posiciones. Poca importancia se demuestra al compararla con la destacada escena
del espectáculo. Entre columnas y cabezas, se alcanza a ver lo suficiente para
comprenderla.
–Por
acá, paso yo –y su brazo abanicó el ambiente con osadía, evasivamente,
despejando de su camino a uno, a dos, a muchos; a los que se interpusieron (no
actúan miles). Levantó la vista y el éxito apareció allí, al frente (las luces
del escenario se expresaron como flashes). Reflejó un rostro iracundo que hizo
evocar noches de insomnios con ánimos de absoluto estrés. Mostró un terrible
semblante arruinado por la ambición de pasar actores por arriba.
Aparecieron
otros personajes, discretamente los tantea, apoya la mano derecha sobre el
hombro de uno de ellos: palmadas, como las de la función anterior, que parecían
nunca acabarse. Se cruzó con otro e hizo exactamente lo mismo. Después, le pisó
la rodilla a uno, colocó el otro pie sobre la pantorrilla de otro, mientras se agarró
de los hombros de un tercero forzando escalar, se ríe sin apercibir.
El goce se mezclaba con la
ilusión de lograr lo absoluto para elevarse; consolidar el poder le creaba una
satisfacción.
Los espectadores lo vieron
pisando hombros, varias espaldas y distintas partes de cuerpos ajenos, con la
intensión de llegar a un destino que en la obra se renovaba creando un bucle.
Si el entorno estuvo en manos de los actores, ¿cómo es posible que la escena
sea siempre la misma, un tipo trepando de los demás?
–¡No puede ser! Sigue, y sigue
–pensó el espectador; lo vio continuar.