Un recuerdo al inicio, apareció en mi momento de ocio,
cuando después de haber trabajado diez horas, entré en la red social. Siete
años habían pasado del día que publiqué un meme sobre mi realidad. La primera
frase que evoqué al verlo fue, “cómo pasa el tiempo”, y la segunda, “nada ha
cambiado en todos estos años”.
Me
recosté en el sillón mirando hacia el techo para reflexionar sobre el hecho.
Varias preguntas sin respuestas me alarmaron. La historia se repite día a día preocupándome
de la misma manera.
Odio,
eso es lo que siento. El mismo se comporta como un veneno que me aniquila lenta
y psicológicamente. Me abruma. Me atosiga hasta convertirse en una carga física
y moral que me resulta una sensación difícil de soportar. Quedo tan vulnerable
y envuelto de estrés que me enfermo hasta entumecer los músculos y apretar la
mandíbula de manera inigualable. Sí, odio como nunca odié en mi vida.
La
conclusión de la reflexión que surgió estando recostado en el sillón fue la de
ver un video de autoayuda. Aunque la batería de mi celular estaba a punto de
agotarse (como mi paciencia), necesitaba googlear para encontrar respuestas.
Miré un video que me pareció bastante básico y demasiado religioso. Luego vi
uno teórico y relacionado con las neurociencias. El segundo me pareció
elocuente y sobre todo porque había tareas a seguir para convertir el odio en
amor. Pero, no quiero sentir amor por la persona que me daña diariamente. Entonces,
los videos pudieron aclarar mi postura al respecto, así que más que modificar
mi personalidad para no salir dañado, busco hacer justicia para que otra
persona no sea envenenada por el maligno que tanto odio.
Entre
la información que procesé en mi interior, relacioné que las heridas que pasan
a ser huellas a causa del odio, son marcas que quedan en los recuerdos. Además,
recordé la frase célebre “ojos por ojos, dientes por dientes”. Esta vez, estará
más presente que nunca si estoy convencido de hacer justicia.
El
odio enceguece. O mejor dicho, actúa como unos anteojos que me distorsionan la
realidad. Veo sangre con estos puestos. Quien me ha hecho odiar de esta manera
merece lo peor. Y tengo pensada cada verbo para mi liberación.
La
venganza se llevará a cabo en la casa que hace muchos años pertenece a mi
familia y que está en el pueblo aledaño. Hace tiempo que está deshabitada. Abandonaron
semejante inmueble para venderlo y repartir la herencia, así que nadie la
visitará cualquiera de estos próximos fines de semana. Igualmente es necesario
no confiarme de la premisa anterior, por eso compraré pasadores y cerraduras
nuevas para reforzar las puertas y ventanas. La seguridad es fundamental para
aquellos vecinos chismosos que vean o escuchen algo desde el interior de la
casa. Si bien en el pueblo las casas están alejadas una con otras, es necesario
prevenir cualquier ingreso a la propiedad privada. A los vidrios de las
ventanas los pintaré de color blanco, como cuando hay una obra en construcción,
y por el lado de adentro colgaré cortinas gruesas para que las luces encendidas
no se noten desde afuera.
En el comedor prepararé la mesa principal como para un
gran banquete. Alrededor de la misma, pondré algunas velas para que iluminen,
casi como una cena romántica acompañada de música clásica: dicen que del odio
al amor y del amor al odio hay un solo paso.
En cada una de las patas de la mesa amuraré con
firmeza unas cadenas, con las cuales, una vez desnuda y recostada la víctima
boca arriba, ataré sus extremidades. Ese día procederé descansado, listo para
hacer fuerza en acomodarlo, pero primero tendré que encontrar la forma de
dormirlo para trasladarlo.
Esperaré sentado frente a él, observándolo
pacientemente de pies a cabeza hasta que despierte. Seguramente comenzará a
gritar y a llorar, momento en el que miraré con una sonrisa macabra, ya que
para mí serán música para mis oídos. Se dará el susto de su vida antes de que
llegue la mejor parte.Por último, me acercaré lentamente para olerlo, y
sentir sus aromas corporales. Allí comienza la tortura: se sentirá hostigado,
oprimido; será el peor momento de su vida, querrá escapar. Pero no se imagina
que la tortura es peor: le comeré un pedazo de brazo, lo masticaré hasta formar
un bolo alimenticio y se lo escupiré en la cara. Seguiré comiéndole un pedazo
de pierna y haré lo mismo. Entre cada mordisco le pondré sal y vinagre a la
herida. Hasta no verlo desangrado y masticado por casi todo el cuerpo no dejaré
de arrancarle bocados. Si él quiere dejarme huellas, yo les dejaré las mías.