Filpo,
se encuentra en su remota habitación. Sobre cada silencio que se expresa al
dejar de presionar las teclas, escribe lentamente haciendo crujir las letras de
su teclado.
Inquieta, su perra, juega
descontroladamente en alguna habitación cercana, provocando y transmitiendo un
poco de su inquietud. Esta cachorra tan
eléctrica corre, yendo de la cama al living, con su boca colmada de un tejido
artesanal que aún no es momento de cambiarlo. Ésta, después de tantas piruetas
sobre la cama del dormitorio de Paquito, pierde coherencia de ciertos hábitos
enseñado, robando el dicho tejido. Filpo solo trata de concentrarse entre
semejante bochinche.
Varios días pasa continuamente
encerrado, emitiendo pocos ruidos, sin saber nada de él. Cuando se hace
presente nadie lo aguanta porque es muy cargoso. Se muestra como una persona
alegre todo el tiempo, divertida y con locuras nuevas. Ni bien te encontrás con
él, seguro platicás de cualquier tema. Todos dicen que él, está un poco loco,
nada más, casi parece normal.
Paquito, en el mismo momento, está totalmente
sumergido en sus cosas. Yace sentado frente a su televisor, sobre el lado
derecho de la mesa, en el centro de la cocina y a pocos metros de la ventana. Nada
interrumpe su situación. Ni siquiera la gota que lenta y ruidosamente cae sobre
la bacha de acero de la mesada. Ni mucho menos Inquieta que corre inquieta. Sus
cortos pies no llegan al suelo. Apenas tiene cinco años. ¿Qué hace un día lunes
a horas tan tarde despierto, sólo y mirando la tevé? ¿No debería estar
durmiendo para ir a la escuela? Claro, qué se puede esperar de su padre. Siempre
fue desatento en algunos casos. No deja de ser él en un momento así.
–Papi –abre muy despacito la puerta
de la habitación. Trata de no molestar, de no interrumpir el momento en que
papá trabaja, así lo justifican. Ambos se miran a la vez.
–¿Qué pasa hijo? vení conmigo,
sentate acá –apunta a la cama que se encuentra al lado del escritorio donde
escribe. A su vez, al girar para indicar, observa el reloj en su teléfono
celular. Muchos mensajes sin contestar es lo primero que ve. Rompe con la efímera
visión de aislar su vida chequeando los mensajes dejando a Paquito hablando sólo.
Decide prestar atención mientras ambos se acomodan plácidamente para charlar.
–¿Vos no mirás el noticiero? La
señorita ayer nos dijo que les digamos a nuestros padres que miremos el
noticiero para saber si tenemos clase. Hace un largo rato que estoy mirando y
solo pasan noticias del mundial. ¿A qué hora dicen si hay clases? La semana
pasada tuve que aguantar los linchamientos, ¿y, ahora? –pregunta Paquito
confundido por la televisión. Su noticia tan esperada no produjo un cierre.
Lo toma de los brazos y éste salta
de la cama hacia el suelo, sobre una alfombrita de lana que casi lo hace
resbalar. Insistió en llevarlo a dormir y que deje de hacer preguntas de gente
adulta. El noticiero no es para los chicos, debe tener permiso de su tutor
correspondiente para verlo.
Al despertarse al día siguiente con
un ruidoso ringtone de su viejo celular inutilizado para llamadas telefónicas.
Despierta a Paquito introduciendo el dedo en su pequeño oído. Se despierta
refunfuñando y advierte que ponga el noticiero para ver si tiene que ir a la
escuela. Al final, también rezongó por tener que encenderlo, su padre está
preparando los desayunos.
En el noticiero se está
transmitiendo el clima, no solo de Argentina, sino de países alrededores y
capitales en el mundo. Nombraron a Argentina, Uruguay, Brasil, New York,
Londres,
entre otros. A Paquito sorprendió esta noticia, imagina cómo podían estar
controlando el clima en todo el mundo y al mismo tiempo. Más desorientado está
al no escuchar el clima de su ciudad –papá ¿Por qué pasan el clima de otros
países, para que sirve?
Sonríe –Ay, Paquito, siempre el
mismo preguntón. ¿Te acordás cuándo no tuviste clases porque la señorita se fue
de vacaciones? Para eso sirve Paquito, para saber que ropa llevarte en un caso
de esos. A veces uno no tiene un bolso gigante para poner tanta ropa, entonces
al saber el clima, uno lleva lo justo y lo necesario –explica mientras termina
de servir el desayuno.
Filpo
saca el auto marcha atrás desde el centro del garaje. Siempre tiene que tener
cuidado de no chocar a gente que pase caminando por la vereda. Aunque le
gustaría que en el momento que lo saque, justo cruce caminando su vecina
Videla. Todas las maniobras que realiza en su vereda las debe realizar con
extrema velocidad para que no venga Videla a husmear. Por suerte no tuvo un día
de esos y pudo dar marcha con Paquito sin ningún problema. Acelera pocos metros
hacia la esquina y dobla como de costumbre hacia la derecha.
–Papá, tenés que cambiar el auto por
uno nuevo. Uno de los que tiene calefacción, en este auto viejo hace mucho
frío.
–¡Pero no! No tengo dinero para
comprar uno. Además, con éste estamos bien, no es necesario tener uno nuevo.
–El papá de uno de mis compañeros se
compró un auto con un nuevo plan de la nación. Dijo que salen más barato.
–Paquito deja de decir tonterías.
Jueguen a la mancha, a las escondidas, entreténganse con algo mejor –frena en
el último semáforo. Al menos faltan un total de cinco cuadras para llegar a la
escuela.
–La mayoría de los chicos llevan un
celular para jugar en los recreos. Ya no quedan chicos que quieran jugar a esos
juegos. Nadie quiere jugar conmigo –mira por la ventanilla del auto, dejando
caer sus parpados y cejas; hace trompita.
–¡Bueno Paquito, creo que tendríamos
que haber visto el noticiero! Mirá la cantidad de gente que hay –mufa al estar
posicionado detrás de una camioneta y cuatro autos. A veinticinco metros
encendieron varias cubiertas. Carteles de quejas de todos los colores, bombos y
redoblantes muy cerca de largos pasacalles con mensajes. Una manifestación
social fue el núcleo de la paranoia que se observa en el lugar. ¿Qué sucedía?
No deja de pensar una y otra vez. Invita a Paquito a averiguarlo. Apaga el
motor una vez estacionado; al descender pisa un charco.
–¡Filpo! –le gritan entre la
multitud. Se dio vuelta para ambos lados, tratando de encontrar el origen del
llamado. Caminó varios pasos y al escuchar el segundo llamado localizó al responsable.
Se trata del mismísimo Rofledo, el dueño del “Cyber-Bar Internate”, fue una
rara sorpresa encontrar a esa hora de la mañana y lejos de su negocio a tal
personaje. Seguramente está ebrio de la noche anterior y no llegó a su casa.
Filpo se acercó con Paquito.
–¿Qué haces Rofledo? ¿Qué haces en
la manifestación? –pregunta sonriendo, estrechando su mano lentamente.
–¿Qué manifestación? Estoy con miles
de problemas para tener uno más. No pierdo el tiempo en estas cosas. Además
tuve que pasar por un pasillo que formaron en la vereda. Me costó bastante.
¿Por qué no van a laburar esta manga de vagos? –refunfuña mientras enciende un
cigarrillo.
–Es la única manera que lo escuchen,
Rofledo, están peleando por sus derechos –explica pedagógicamente.
–Te llamé para saludarte no para
hablar sobre los demás. No me interesa tanto. Estoy muy apurado, tengo que ir a
declarar al tribunal de Ladrillos –agacha la cabeza, da una pitada y la inclina
hacia arriba para tirar el humo del cigarrillo.
–¿A declarar qué?
–De lo que paso hace dos años, de la
tragedia ferroviaria de Ladrillos. Cientos de personas terminaron afectadas,
cómo no te acordás, dónde vivís, en un termo? –Paquito se aleja aburrido a
buscar una rama que está tirada en el suelo.
–¿Y vos que tenés que ver? Eso es lo
que no entiendo, me acuerdo de la tragedia.
–Todavía está abierta la causa legal
en contra del maquinista y me llaman por ciertos rumores. Aún no dan el brazo a
torcer y niegan que el tren estuviera en malas condiciones. Seguramente quieren
embarrarlo al maquinista… sí… está suelto y todo, la historia quedó con simples
muertos y heridos. Están citando los dueños de los bares de Ladrillos para declarar.
–Bueno, sólo te deseo suerte y
espero que todo se arregle. La justicia siempre gana.
Filpo
se saluda con Rofledo y va en busca de Paquito. A los pocos minutos mira hacia
la esquina y ya había desaparecido. Paquito entrega una horqueta muy prolija
que hizo con la rama que en su momento había juntado, ya ambos comenzaron a
caminar en dirección a su auto viejo.
Esquivaron las ruedas repletas de
fuego ardiente y humo negro. El viaje regreso a casa había comenzado.
–Papá, estoy pensando. ¿Cómo vos
siendo profesor no sabías lo de la manifestación? ¿No se llaman entre ustedes?
–Claro que nos llamamos, solo que
nos llamamos para contarnos algunos chismes entre compañeros –mira a Paquito
con cara de pícaro y retoma el panorama.
Segundos más tarde observa
detenidamente el tablero con ansias de especular la cantidad de combustible.
Aún su sueldo no había sido depositado ya que se halla en los primeros días
hábiles. Sin embargo, ya tiene organizado cómo distribuir el sueldo, no porque
sea una persona prolija, sino porque teme volver a quedarse sin plata antes de
fin de mes. La estación de servicios más conocida de Ladrillos todavía no había
recibido la lista de precios cuidados. Prefería ocupar sus últimos billetes, ya
que las monedas están en peligro de extinción, en algo más que combustible.
Trató de dar a entender a Paquito el tema.
–¿Por qué no caminamos papá? Es
lindo caminar. Otro día cargamos combustible –alienta a su papá.
–Sí, hijo, es muy lindo caminar. A
mí, me gusta mucho. Es más, no solo haces una actividad física, sino también cuidas
de tu salud. Lo que pasa es que hoy caminar es un hobbie y no un medio de
transporte. Más en mi trabajo que voy de una escuela a otra, y además tengo que
auxiliarte a vos –inicia un ligera maniobra para estacionar frente a su casa– se
nos complicaría hacerlo todo caminando. Ladrillos, hoy, es una ciudad grande.
Ambos entran a la casa, Inquieta
festeja inquieta. Filpo nuevamente se encerró en su habitación a terminar de redactar
la nota que la noche anterior había comenzado a escribir. Hace ocho años que
pasa por una misma intersección de rutas casi llegando al centro de Ladrillos y
observa cómo los vecinos arrojan su basura en un espacio público. Todavía
ningún representante municipal se dio cuenta de, al menos, poner un tacho para
que lo recolecten. Qué sé yo.
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