Al golpear el control remoto
accidentalmente sobre un vaso, provoca el derrame de la última gota que había
quedado; se aleja apurado del asiento. Le tiemblan las piernas y con dificultad
se dirige a cerrar la ventana que exhibe el patio. Da medio giro para regresar
a la silla y de pie como una estatua comienza a dudar, el miedo lo paraliza.
Vuelve a inspeccionar la ventana (la abre): se detiene varios segundos para
observar más allá de su cocina. La cierra y la traba, asegurándose.
Una vez reposado en su asiento
recuerda que la ventana del frente también está abierta. La desliza hasta su
tope luego de cerrar la persiana. Evoca algo que le puede servir.
Minutos más tarde, encuentra su
vieja cadena reforzada con candado que guardaba en el ropero. La utiliza
posteriormente en la acción de atar la reja sin cerradura que cerca su casa a
pocos metros de la calle. Rápidamente, entra a la casa. Para cerrar la puerta
principal, primero desliza el pasador de la misma. Retira la llave del bolsillo
izquierdo, con solo dos vueltas, da función a la cerradura: se siente
hermético.
Sobre la mesa dejó el celular con
el número de emergencias marcado.