Voy a tratar
de describir a esa persona que alcanzó gran popularidad en la década pasada.
Hace aproximadamente 7 años escuché hablar de él y la curiosidad me llevó a
conocerlo. En aquellos tiempos solía aparecer semanalmente en la televisión,
explicando de manera única diversos temas de la vida cotidiana. Los capítulos
eran atractivos en términos de producción y estética. Con el paso de los años,
por razones desconocidas, tal vez por falta de presupuesto, baja audiencia o
decisiones políticas, dejó de aparecer en pantalla. Actualmente, en el mismo
canal, transmiten programación antigua, aunque ahora la importancia se
encuentra en llenar teatros y estadios.
Al parecer,
su carrera como divulgador comenzó años antes de su estallido en la televisión.
No me interesa mucho indagar en cómo llegó allí, ya que considero que no es
relevante y asumo que no afecta al lector. Solo agregaría la sospecha de que su
hermano, quien es periodista, pudo haber tenido algo que ver.
Es obvio que posee habilidades elocuentes para
participar en cualquier panel de cualquier programa que trate sobre cualquier
tema. Hace unos años, tuve la "oportunidad" de presenciar sus
discursos en vivo (incluso me tomé una foto al finalizar). Digo
"oportunidad" porque me regalaron la entrada, de lo contrario asistir
al teatro para verlo habría costado lo mismo que una cena para dos en el
elegante restaurante de mi ciudad. La verdad es que la función no fue gran
cosa; allí descubrí que algo no cuadraba.
Desde que lo conozco, soy escéptico. Cuando me
preguntan qué me parecen los contenidos que expone, evito dar una opinión
porque su constante parloteo me sumerge en un mar de palabras que nunca me
llevan a ninguna parte. La mayoría de las personas tienen la reacción contraria
y quedan enamoradas de este locutor (o animador, ¿quién sabe?). A mí no me pasa
eso, desconfío sin tener un fundamento claro. Bueno, tal vez sí hay uno: él
finge saber cuando en realidad no sabe nada más que hablar.
Hay algo que lo caracteriza y que podemos destacar:
su capacidad para hablar en público durante varias horas seguidas. Pronuncia
letras, palabras, oraciones, frases, etcétera, etcétera. Lo he visto humedecer
sus labios con un sorbo de agua de una botella biodegradable de 500cc, sin
mostrar necesidad de lubricar sus cuerdas vocales. Lo que sí muestra es un
exceso de voluntad o, visto de otra manera, un impulso natural. Pareciera que
el Dios del lenguaje resucitó para escribir su destino: hablar como pocos seres
humanos lo hacen (al menos en mi "mundo" limitado). Resulta poco
creíble que en el siglo XXI aún exista el Dios del lenguaje, una especie de
reencarnación de Thot.
En sus momentos más lúcidos, mi abuela solía decir
que hablar es fácil. Al escucharla, imaginaba que la inmensa mayoría de
personas en este planeta habla (habría que buscar estadísticas en otro
momento). Pero aprendí que hablar está más cerca de comunicarse que de cautivar
al público a través del habla. Lo segundo es otra cosa, una combinación
explosiva y, me atrevo a decir, potencialmente peligrosa como una estafa. La
descripción gráfica de lo que cuento se refleja en una nube de palabras que
desprende el aroma de un gran hechizo que seduce a los espectadores.
En los escenarios, se enfrenta a multitudes sin
causar cansancio. Hay otras personas que, en los primeros minutos de su
intervención, aburren hasta provocar bostezos y uno querría arrojarles el
celular, sin importar lo lujoso que sea. Sin embargo, con él, uno termina con
los músculos faciales adoloridos de tanto fijar la cara de tonto. Intenté
imaginar si esto se debe a su apariencia, ya que en cuanto a presencia podría
considerarse disruptivo según la perspectiva desde la cual se le juzgue.
Grandes oradores elocuentes como Steve Jobs o Nelson Mandela han utilizado ropa
negra en sus conferencias para no agotar visualmente a su audiencia, lo mismo
el Che Guevara o Fidel Castro que dio un discurso de 4 horas con un conjunto
liso verde oscuro militar. Sin embargo, este individuo se viste con ropa
cotidiana que me hace pensar en un cartel colgado que dice: "Vamos,
llámame 'pendeviejo'".
Hasta el momento publicó dos libros. En el primero,
explica temas interesantes, algo similar a lo que hacía en los programas. El
segundo, que despertó mi curiosidad, trata sobre lo mismo pero encuentra una
forma creativa de expresarlo. No soy experto en literatura, pero creo que
podría clasificarse como una novela o algún subgénero.
En los libros también encontramos esa encantadora
forma de expresión, aunque no sea a través del habla. Las palabras que escribe
tienen un efecto de letargo académico. ¿Algún día despertarán los lectores
cautivados y le concederán el podio de los "no-Demóstenes"? Nada
sería más hipócrita que eliminar la hipocresía, ya que como dice el viejo
refrán: "Lo que no te mata, te hace más fuerte". Hablemos y
escribamos ociosamente sobre él, porque la vida es demasiado breve como para
aburrirnos.