Un virus se propaga por el mundo.
No es algo tan diminuto como un caño de gas que explota en un edificio dejando
a familias en la calle; no es un desastre natural como le llaman a la última
inundación que dejó a familias sin hogar; no provoca fallas horrendas en redes
eléctricas dejando a familias con pérdidas en la heladera, ni hace que ancianos
suban escaleras por falta de ascensor. Se describiría lo evidente el día que se
ponga bajo la lupa, o en un microscopio, quizás. La reseña observará escondida,
no por mucho tiempo, hasta que aparezca un soborno y vuelva a callar la voz; o
tal vez, jamás se conocerá la verdad de la fuente virózika. Mientras tanto
viaja impune en el interior de un maletín, dentro de una ampolla envuelta con
protección por la fragilidad de su embase, o al azar cuando compran comida
chatarra mientras se amontona la gente, o en cualquier objeto globalizado: así
comenzó la estrategia.
El virus es siniestro, capaz de
convertir a la gente en muertos. Niños, jóvenes y adultos, en hospitales,
sanatorios, centros de salud barriales, curanderos, terapeutas alternativos,
etc; hay muchos poderosos llenándose los bolsillos, llenándose de dinero;
llenándose, hasta no dejar que entre una última gota dentro de una copa llena (la
que solo la minoría mundial goza) ¡Cierto!, aceptan débito automático.
En la tevé desfilan muertos, los
filman en tiempo real todos los noticieros del mundo relatando que no son los
únicos en transmitirlo en vivo o repetido. Entretenidos y maravillosos efectos
especiales crean una ilusión; muestran una realidad mientras un sujeto
representa una foto actual, sentado a la distancia, mirando el noticiero.
Algunas víctimas, no están maquilladas, parecen inyectadas en los mismos
centros de salud. Los haraganes inmunes y vigorosos de vitamina C, se quejan de
lleno o ignoran el asunto. Escriben cuentos con los mismos datos que usan para
organizar los programas de la tevé. De boca en boca, también nombran la palabra
muertos. Se resume la situación en meros datos de mortalidad, números
estadísticos de las distintas edades y sexos. Los excluidos por orientación
sexual antagónica, sujetos atentados por el prejuicio social que crean los
poderosos, son la primera carnada reproductora de la infección. Números en
todas las aristas establecen límites, algo común en el mundo arrasado por el
virus. Hasta que pasen algo distinto en la tevé, se seguirá propagando.
Reunidos algunos parientes de los muertos, concluyen que el virus fue creado en
un laboratorio monetariamente desarrollado para ayudar a los pobres a retirarse
del mundo. Los poderosos no pueden convivir con las clases sociales más baja,
piensan que al simple verlos, dan lastima, asco, miedo, repugnancia, alcanzame
otra hoja, bronca, envidia, ¿tené la resma por ahí?; alcanzame otra-por-favor.
En el laboratorio se dispuso
aprovechar del calentamiento global. Para que pueda reproducirse la malicia que
equilibra a la sociedad, sacaron un porcentaje total de la temperatura normal
de cualquier microclima. Hicieron de la vida social un comercio gracias al
virus. El negocio es invertir en la fabricación y/o ventas de máquinas para
contar dinero. Los tontos moribundos que son asistidos, acrecientan a la
minoría que roba datos de millones de instituciones (son robados para evitar
que las posibles defensas frente al virus no actúen antes de lanzar la siguiente
versión renovada). Los que tenían un poco más de dinero que los pobres, en vano
agregan ceros al monto de sus cajas de ahorros, luego dejan la guita en una
ficticia mejor asistencia y farmacias. ¡Qué hay de ti sin una obra social!
Mejor agregar otro cero, ¿eso se puede?
Todo sistema es un conjunto de
partes. Una de las partes, precisamente el vaticano, se convirtió en el primer
inversor al aliarse con los organizadores de este hermoso evento que bien se conoce
al agasajado protagonista. De esta manera, recluta más pobres en su iglesia. A
los que sentimentalmente más heridos estén, le fingirán contención. Luego con
lo recaudado, cambiarían el picaporte de oro del armario de trapos de pisos que
se rayó con el diamante de algún anillo, y rejuvenecerían las expresiones
antinaturales y pedófilas, más. Comenzaron a festejar tocándose, practicando
sadomasoquismo, escupiendo el pecado en el cuerpo, con un pequeño canto a
gritos… ¡Santificar las fiestas! ¡Arriba la copa del vino, la sangre de Cristo,
nosotros los hombres, curas! Así sea, amén.
En esta división, en la tuya, en
aquella, la del vecino, la del contacto de video llamada, de fondo en algún
almuerzo, media tarde, tarde, tarde noche, noche, alcanzame otra hoja; una vez
popular en la tevé, las divisiones del mundo (o países), comenzaron a fomentar
el turismo interno. Una decretada alerta mundial impedía que ninguna persona o
grupo visite otra división para cuidar que no se propague el virus. Lugares donde
estás a salvo de la peste, son asaltados por los pobres que secretamente roban
para el laboratorio, ofrecidos a excelentes cuotas.
En el laboratorio hay un mapa
planisferio colgado en la pared con cientos de alfileres clavados representan
su conquista. Como protocolo, los miembros se dan la mano cerrando un negocio,
se miran riéndose, ya que la próxima vez podrían llegar a ser enemigos, o tal
vez se caguen en la cara. Descorcharon para derrochar, la mejor botella de
champagne del mundo, sabiendo que a la bodega le interesa solamente el dinero
de la marca, el contenido, que es artificial, se lo compran a una empresa
subdesarrollada.
El virus había matado a un gran
porcentaje de la población mundial y como solución para los que quedaron, el
laboratorio compraría las tierras desheredadas, perdidas, sin habitantes.
Motivos suficientes para escuchar el sonido al golpear las copas y decirle a
alguna mujerzuela que traiga bocadillos. La camisa no ajusta a la barriga, la
barriga todavía no explota a la camisa, se expande junto al virus.