Blog de Fabricio Rodríguez de la ciudad del Villazo, Santa Fe, Argentina.

Trayecto a la manzana # 5





Golpea cada baldosa con su metatarso. Camina de un lugar a otro hiperactivamente. Frota sus manos ligeramente, al finalizar hace crujir sus dedos. Palpó su temperatura corporal con su áspero tacto.

    Un escritorio con su superficie rayada, escrito por completo. Cientos de grupos con decenas de letras, increíble. En su adolescencia, cuando cursaba la Escuela Secundaria de Ladrillos, dejó su cuño en el escritorio hasta que haya suficiente cantidad de personal de limpieza. Sobre el mismo escritorio, apoyó un fibrón color negro. Lamentablemente es permanente, una vez más no se puede borrar el pizarrón. ¿Acaso será un truco para que los profesores no lo utilicen, al pizarrón, o al fibrón? Qué sé yo. El tipo lo agarró, haciéndose el artista señaló a los alumnos, sonríe y comienza a escribir. El trazo de sus letra deja plasmado lo siguiente: “¿Cómo urbaniz” –un chico lo interrumpe.

    –¡Profe! Disculpe que le hable de esto –levanta la mano, ansioso. Con cosquillas en la panza, de nervios.

    –¿Qué te disculpo? Aún no me dijiste nada. Contame, no hay drama. Escuchemos chicos –apenas apoya su cuerpo en el escritorio. Se cruza de brazos.

    –¿Sabe algo de la profesora? De esa que está en la red social. La chica de Ladrillos que se reproduce en cada uno de los celulares –gira de un lado a otro, oscilando su cabeza, buscando aprobación del grupo.

    –¿Qué es lo que tengo que saber? –mira de reojos, conociendo la causa. Esperando una respuesta.

    –¡Vamos Profe! Salió en “APV TevéShow” y el diario “Portal de los Chusmas”. Todos hablan del suceso. Los profesores hablan, además, ella es de esta escuela. ¿Cómo, no se enteró?

    –No me enteré. Sin embargo, si sabría algo de otra persona que no conozco. ¿Por qué hablaría de tal tema? Para qué.

    –Porque es re trola la profesora. ¿Qué ejemplo da?

    –Disculpame, quién es más santo, vos el reproductor del mensaje o ella que cumplía una fantasía. Si algo se filtró en forma accidental, bueno, que garrón. Si ella dejó escapar el mensaje porque así lo dispuso, debe estar feliz por la personalidad que tiene. Sin embargo, nadie tiene que meterse y juzgar la intimidad de nadie. ¿Y sí en un futuro cercano o lejano tenés un suceso cómo el que imaginamos, te gustaría que lo reproduzcan si fuese un accidente? –suena el teléfono celular de Filpo– disculpen chicos, ya retomaremos la plática. Es importante, debo atender.


Minutos antes Griscelda preparaba café en la sala de maestros de la Escuela Primaria de Ladrillos. Los alumnos jugaban en el patio disfrutando el recreo. Mucha algarabía, los pasillos vibraban de bullicio. Apenas alumbraba el sol la mañana de invierno.

    –¡Pasala, pasala! –gritaba un chico.

    A quien le pase la pelota entre las piernas haciendo “caño”, tiene que correr a tocar el mástil, antes de que lo agarren a patadas. Jugaban al famoso “caño, la liga”.

    Filpo recibe un llamado de Griscelda. Paquito fue llevado con urgencia por la asistencia médica al haber recibido tantas patadas.

    Se desesperó, saludó a los chicos y salió corriendo en dirección al CEMEBÁ (Centro Médico Básico).

    Mientras camina cansado, interceptó a dos sujetos que violentamente detuvieron su marcha. Ladrones en pleno centro de la ciudad, a pocas cuadras de la plaza principal de Ladrillos. Robaron todas sus pertenencias. Solo le dejaron el pantalón.

    No le quedó más remedio que caminar o correr. Hacer de cuenta que no pasó nada.

    Las ajugas del reloj parecen aceleradas, giran rápido. El Rolemlet enchapado en oro, nunca marca con certeza si es o no es la hora esperada. Simplemente evoca dos opciones distintas pero válidas. El plan “a” sería llamar a la policía y tardar varios minutos, varios, minutos, varios. No repitas, no. O tratar de caminar pensando que todo pasó y nadie va a llamar de su atención por caminar con el torso desnudo por el centro de la ciudad. El plan “b”, culminó con un excelente en el margen y resaltante sello color verde. Llegó a CEMEBÁ.

    Sin problemas empuja con fuerza la pesada puerta vaivén con su antebrazo, apenas se golpea el codo. Contempla efímeramente el cartel de urgencias. La puerta está entreabierta.

    –¡Señor! ¡Disculpe, señor! Tiene que anunciarse. Están atendiendo a un herido. Un niño. Parece que llegó golpeado de la escuela. No sé su nombre porque no lo alcanzamos a anotar –expresa enérgico. Intolerante por haber trabajado diez horas de corrido. Pasó todo su día sentado en la silla detrás de mesa de entrada, estresado por tantos movimientos presentes en el sitio.

    –Vine a buscar a mi hijo, necesito entrar. Lo golpearon sin querer y sin cesar, jugando al caño, la liga. ¿Sabe algo de él a pesar de que no lo haya anotado por haber estado ocupado? –siente un muro pegado contrastando sus crudos sentimientos.

    –¿Ah… usted viene solo a ver? ¿No tiene nada? Bueno, por favor, necesito que se retire, por las buenas. En la sala de espera no se admiten personas con el torso desnudo. A menos, qué… tenga algo grave.

    Filpo se retira. Recordó que hay una ventana girando a la derecha ni bien sale del interior del CEMEBÁ. Decidió treparse a husmear. Siente gloria por su razonamiento. Sin embargo, quizás agravaría sus problemas. ¿Imaginate a un loco con el torso desnudo trepando el centro médico del centro de la ciudad? Qué sé yo.

    El sacrificio de nada sirvió. Cortinas blancas tapan precaviendo este tipo de situación. Las cortinas lo demuestran. De no creer, cualquiera puede ir a sacar una foto para comprobarlo.

    Una fuerza de coerción externa atenta su manifestación individual haciéndolo caminar con la misma inercia. Ingresan con palos, botellas, gritando y rompiendo lo que esté a su alcance. ¿Qué carajo pasa? Piensa al caminar. Piñas van, piñas vienen, los muchachos se entretienen. Vecinos y familiares unidos, tomaron la decisión de generar dichos disturbios a causa de la cantidad de chicos que fallecieron la última semana. Filpo, aprovechó, saltó a una persona que se encontraba tirada entre tanto revuelo e ingresó a urgencias.

    –¿Pero, qué está pasando? ¿No puedo creer la situación? Se supone que acá, estaría mi hijo. Doctor, busco a un chico que se llama Paquito. ¿Lo atendió?

    –No, no… para nada, él es el primer chico que ingresa. Se tropezó con una baldosa floja del patio de la escuela. Parece que le falta mantenimiento. ¿Qué le pasa señor, está con el torso desnudo?

    –No, hoy me puse una remera invisible –se desquita con alguien ajeno a su enojo. Cierra la puerta y se va. Como los chicos de la semana pasada, los que se fueron de su clase de sociología. ¿Qué suponen, che?

    El lugar se encuentra todo destruido, el guardia de seguridad está en el pasillo del otorrinolaringólogo. El señor de mesa de entrada, no pudo con todos. La ligó por segunda vez, como jugando al caño la liga. El primer round fueron las extensas horas laborales.

    Que bueno, solo le dejaron el pantalón: su celular, está en el bolsillo. Llamó a Cala. Trató de explicar lo menos posible. Necesita ser breve y claro, virtudes que no lo caracterizan. Mientras, corre en dirección a lo hablado telefónicamente.

    –Justo hoy, mi auto viejo está roto, cuando más lo necesito. Es típica, es  karma. Así lo planteó el instructor de yoga del oriental “Spa Lelajate” de la ciudad de Ladrillos. La famosa ley de causa y efecto, donde a todas mis acciones, el universo las devuelve. Qué sé yo. El medio de comunicación hegemónico es APV TevéShow, allí habló el instructor. No me van a mentir –habla sólo mientras camina. Cala se ve a doscientos metros de distancia acercarse.


–¡Paquito, estás en casa! ¿Dónde te metiste? Me pasó de todo, encima, nunca te encontré –preocupado y un tanto enojado Filpo al llegar a su casa ve a Paquito sentado. Algo está haciendo en la computadora. Cala, entra detrás de Filpo.

    –No pasó nada papá. Me llevaron al dispensario que está cerca de la escuela. Me regalaron este folleto de alimentación saludable, mirá.

    –¿Al dispensario? Me llamaron y me dijeron que te llevaban con urgencias a asistencias médicas. Ah… claro. Qué boludo.



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Trayecto a la manzana # 4




Suena el timbre. Con mucha algarabía todos se retiran rápidamente por los pasillos húmedos de la Escuela Primaria de Ladrillos. Entre todos los que descienden escalón por escalón de la escalera del portón principal. Paquito se despide de su día escolar.

    Se lo nota preocupado, su rostro lo expresa. Saluda a algunos chicos, estos no responden. Comienza a caminar hacia su casa.

    Pateando piedras, piedritas, mufa, pateando. Caminando con las piedras. Mirándolas rebotar sobre el suelo sin alguna dirección, tratando de que la patada no sea fuerte, así evitaría golpear a algún peatón que se encuentre en la misma vereda. Mucho menos que la piedra impacte contra el vidrio de una casa o un auto. Lamentablemente tarde se dio cuenta. Una señora le dio un tirón de orejas por haberla golpeado con una piedra su canilla. Ahora Paquito no solo caminaba preocupado, sino también con dolor en su pequeña oreja.

    No demoró mucho tiempo en llegar. La caminata no lo cansó, pero si el exagerado peso que tenía su mochila. ¿Cuántas cosas puede llevar un chico de solo cinco años? Qué sé yo.

    Abre la puerta y encuentra a Filpo rodeado de papeles, concentrado, con centenas de letras escritas en su pizarrón. Sonríe y abandona sus cosas cuando lo ve.

    –¡Hola, Paquito! ¿Qué onda? ¿Por qué esa cara? No me vas a decir que otra vez la señorita dijo que no le preguntes tantas cosas. Si sabés que a las seños le molestan los chicos preguntones. No seas hincha pelota –se acerca a recibirlo. Paquito, teme decirlo.

    Su padre lo fastidió con el monólogo. Con nervios, llorando y moqueando comenta que tiene un listado de materiales para un trabajo de la materia actividades prácticas. La semana siguiente comenzarían a hacer un regalo para quien corresponda entregar el día del amigo. Filpo se asombra del suceso. Se arrodilla junto a él, trata de calmarlo con una palmada en el brazo.

    –¿Qué pasa Paquito? ¿Cuál es el problema? En algún momento vamos juntos y compramos los materiales. Aún nos queda una semana.

    –Papá, el problema es que no tengo amigos. Ningún compañero quiere jugar conmigo. Quiero que me compres un celular. Los chicos de la escuela, tienen esos tipos de amigos.

    –Paquito, solo tenés cinco años. El celular lo vas a tener cuando seas grande y sobre todo, responsable. Vamos a hacer una cosa. Googleemos cómo hacer amigos y nos informamos mejor.

    Se sientan frente a la computadora padre e hijo. Con mucha paciencia explica cada paso, enseñando, cómo buscar en internet. Paquito se burló de él, diciéndole que maneja mejor la computadora.

    De varios sitios web compilaron los mejores datos unánimemente. Paquito se entusiasma, imagina tildar cada casillero del listado que escribe.

    Una vez finalizado, dobla el papelito con las instrucciones para hacer amigos, lo introdujo en su bolsillo caminando a su habitación. Intenta no molestar a Inquieta que seguro está durmiendo cerca de su cama.


En la mañana siguiente en su auto viejo se dirige a la ferretería. Escuchando música a volumen medio y fumando un pucho, tira la ceniza por la ventanilla. Marcha aburrido observando la ciudad Ladrillos, más que al tremendo tráfico que acecha. Generalmente, es un poco distraído al volante.

    –¿Qué está pasando en la ferretería? Justo cuando tengo que comprar algo, están todos los periodistas. Iré a ver qué paso –balbucea entre labios. –¿Qué pasó, señor?

    –Golpearon brutalmente a un inmigrante con un martillo. La prensa acaba de llegar para realizar un reportaje sobre los tipos de martillos y su utilidad –señala el ventanal de la ferretería.

    –¿Y… tantos periodistas y tantas cámaras para eso?

    –No lo sé pibe, soy inspector de colectivos.

    Espera unos minutos, cuando se retiran, entra a la ferretería. Pide cuatro ganchitos para colgar llaves. Solo le falta conseguir veinte centímetros de cualquier tipo de madera para cumplir con tal lista de materiales para la clase de actividades prácticas. Camina hacia su auto viejo buscando en sus bolsillos la llave del mismo.


–Hola hijo, ¿cómo te fue en la escuela? Tengo los ganchitos para el colgador de llaves que le vas a hacer a tú amigo. La madera te la trae el tío Cala, a la tarde. ¿Pusiste en práctica la lista? ¿¡Qué te pasó en el ojo!?

    Paquito se acerca a la cocina donde su papá está cocinando. Olor a milanesas a la napolitana rodea el lugar. La mesa está lista, solo falta el toque final, colocar los platos, los cubiertos, la bebida y la comida, sobre ella. Corre una silla y se sienta mirándolo.

    –Papá, no funcionó nada de lo que escribimos en el papelito. En la hora de la señorita Griscelda, invité a sentarse conmigo a un compañero y me pegó una piña creyendo que gusto de él. Quise integrarme en el recreo en un grupo y me echaron por charlatán. Busqué coincidencias observando a cada uno de los nenes y nenas, no encontré a nadie con mis gustos. A nadie le intereso. ¡Quiero un celular para poder boludear como todos los chicos sin vida social!

    –Bueno, Paquito, no hagas caso. Son solo chicos. Vení, jugá un ratito en la computadora qué papá termina de cocinar. Hoy cuando vaya a trabajar, viene el tío Cala a traerte el recorte de madera para hacer el colgador de llaves. Él seguro sabe cómo hacer amigos; es re vendedor –como Paquito se expresaba de manera alborotada, lo toma de los hombros, camina cuatro pasos lentamente junto a él, corre la silla y lo hace sentar bien arrimado a la mesa. Luego le da la computadora que estaba sobre la mesada. Le mete el dedo en la oreja de forma molesta y se retira. Una vez que retoma la cocina se da cuenta de que apagó la hornalla mientras charlaban.

    Automáticamente al encenderse la laptop, se conecta en la red social para conseguir algún amigo. Excelente idea se le había ocurrido. Navegó en cientos de páginas, la red social manifestó sugerencias, recomendando gente según sus gustos. Además tiene disponible varias solicitudes de amistad a partir de su residencia. Encontrándose así, de esta manera, rodeado de posibilidades para tener su amigo. Él solo debe escoger a la persona indicada; cómo saberlo.

    La mañana del viernes finalizó el tan esperado colgador de llaves. El mismo sería entregado a Lejitos, su amigo de la red social. Esta vez descendió la escalera del portón principal de la Escuela Primaria de Ladrillos, con una sonrisa en la cara y un colgador de llaves como regalo del día del amigo. Camina pateando piedras, de felicidad.

    –Papá, el domingo es el día del amigo, mirá el regalo que le voy a dar a Lejitos –estira sus brazos mostrando el colgador de llaves, como los alemanes levantando la copa del mundo. Lo muestra a su padre muy emocionado.

    –Buenísimo Paquito, mañana se lo llevamos. ¿Cómo lo conociste a tu amigo Lejitos, sabés dónde vive? –borra el pizarrón, mira de reojo.

    –Vive en la Quiaca, papá, lo conocí a través de la red social, es un chico muy bueno.

    –¡Pero hijo! ¿En la red social, tenés una y no me dijiste nada? Bueno, te felicito. El problema es que la Quiaca queda al norte de la Argentina, muy lejos de aquí. Tardaría días en llegar el regalo y sería muy costoso.

    Todas las ilusiones se desbordan como el Paraná borrando las orillas y logrando acabar con todo lo que rodea. Se inunda en un río de lágrimas sintiendo fallar a su único amigo. A simple causa, nuevamente trataría de comenzar. Restaurar lo poco que queda, a solo fuerzas de voluntad. Trabajando firmemente haciendo hincapié en finalizar en poco tiempo para poder dormir tranquilo a la noche.

    Después de tanto buscar la manera de agasajar a su amigo, ya que no pudo enviar el útil colgador de llaves que hizo en la Escuela Primaria de Ladrillos. Se encerró en su dormitorio. Sobre el suelo trabajó duro en un excelente collage que preparó pegando imágenes de los mutuo gustos. Una vez seco el collage escribió “Feliz Día Amigo” y pidió a su papá que lo escaneara para subirlo a la red social.

    A pesar de la distancia que separa a Paquito de Lejitos, ambos disfrutaron el día. Además, no hizo falta regalarle el útil colgador de llaves que hizo en la escuela.



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Trayecto a la manzana # 3





La lancha provoca largas olas que hacen templar el río. Entre saltos y saltos con bruscos golpes logrando recorrer varios kilómetros, choca con arena mesclada con barro de la orilla de la isla. Salta con mucha fuerza, reacción y rapidez. Su pie izquierdo se entierra en la parte más blanda del lugar. ¡Qué mala suerte! Cae de frente sobre el suelo. Sin embargo con algo de audacia que logró juntar de su interior, retoma su rumbo y empieza a correr.

    Decenas de instantáneos balazos se incrustan en el suelo, sin nombrar los agujeros en distintos arboles. No acertaron ninguno, él sigue corriendo. Su corazón está casi a punto de estallar, parece que le late debajo del mentón. Desde su espalda siente presiones que no dejan entrar aire. Sus piernas están doloridas y cansadas. Mientras recorre kilómetros de distancia la persecución no afloja sus riendas. El rancho comienza a verse en el horizonte; junto a esta imagen, el sol que termina de esconderse, las estrellas comienzan su misión.

    Traba desde adentro las puertas del rancho en el mismo momento que está siendo disparado sin atinarle. Toma su escopeta y desciende a un hoyo, un pasillo sin luz hay en este. Escapa a gatas con la escopeta cargada en su mano mirando hacia la entrada.

    Logran entrar rompiendo la puerta entre cinco. Se toparon con cuatro toneladas de marihuana dentro del rancho. Entre los paquetes, estaba escondido el hoyo al cual quisieron entrar pero no cupieron porque eran muy gordos. Comenzaron a disparar pero no le dieron a nadie, acto seguido alumbraron con un encendedor. Tres se quedan con la prueba del delito, dos persiguen al narcotraficante más conocido de la región. Agravaba la situación el pedido de captura nacional e internacional, ya que los narcos lograron escapar.

    Piden refuerzos y lanchas para llevarse los estupefacientes incautados hacia el DSE (Departamento de Sometimientos a Evaluaciones). Caminando cargados con algunos de los paquetes, encuentran un cadáver colgado de un árbol a veinte metros de la costa.

    –Filpo, me parece que estas mezclando dos noticias –agarra el diario “Portal de los Chusmas” con impulso, se hace un bollo con el envión. Lo estira frente suyo con el antebrazo, al finalizar lo abre buscando la noticia.

    Filpo le tira un manotazo peinándole el pelo, sonríe –te la creíste Cala. Mirá si eso va a estar en el diario. Las noticias son más inteligentes y menos fantasiosas. Las noticias no mienten, los periodistas no sé. ¿Vos cómo sabías?

    –Una persona ícono de Ladrillos como yo, tiene que estar al tanto de las noticias. Sino, cómo voy a ser conocido. Tengo que ser omnipresente. En todos lados tengo que aportar mi imagen. Por eso, tengo que saber lo que a la gente le pasa –expone un discurso elocuente. Dobla el diario al confirmar que lo había leído, termina tirándolo sobre la mesa, despreciándolo.

    –¡Está bien, gran vendedor! ¡Cala! Aunque…casi te vendo mi cuento, por momentos dudaste –cruje sus huesos de la espalda, gira a la izquierda para no mirarlo de costado. Lo invita a pelear en broma; arroja algunos puñetazos.

    –¡Ahora tengo nuevos relojes “Rolemlet”, son de enchapados en oro y sirve para saber si es o no es la hora que querías saber! No seas colgado, comprame un reloj Rolemlet –eleva su brazo de frente mostrando el reloj.

    –Hablando de colgado ¿No lo viste a Paquito? –Filpo busca en cada habitación.

    –¿No fue a la escuela?

    –Paquito va solo a la escuela. Todas las mañanas camina por el mismo caminito de tierra que une la casa con la escuela. No lo voy a acompañar por una cuadra. ¿Vos, lo viste hoy? –preocupado trata de explicarse.

    –¡Qué lo voy a ver, estuve todo el día vendiendo!

    Los perezosos hermanos, pocos preocupados por Paquito, revisaron los rincones de la casa. En ningún lado está. Nunca se les ocurrió llamar a la policía.

    –Filpo, vos viste el muchacho que dobló con la moto en la esquina. No se cayó de milagro. Seguramente iba borracho o drogado. Culpa de esta gente no se puede andar en la calle. No respetan a nadie. ¿Podés creer lo que me decía? –comenta lo que Videla le dijo el día anterior mientas estacionaba su auto viejo.

    Sonríe eufóricamente, se apoya la mano en su boca –¡Qué vieja chusma! ¿Qué le dijiste?

    –Que gracias a gente como ellos, ella estaba en el lugar de los respetuosos. ¿Qué querés, que le diga la verdad? “¡Qué me importa vieja chusma!”

    La conversación y las carcajadas son interrumpidas por el ringtone del teléfono de Filpo. Sonó algunos segundos, ambos lo miran, pero nadie atiende. Entonces, Cala golpea la cabeza de Filpo diciendo que puede ser Paquito. Filpo advierte de tener el identificador de llamadas, el número seguramente quedó registrado. Como no llamó en privado, por lo tanto le devolvería la llamada.

    Cuando contesta la llamada atiende un hombre de voz ronca, Filpo pregunta quién es. Éste se presenta como un exnarcotraficante recién iniciado en el rubro del secuestro. Necesita diecisiete mil pesos para liberar a Paquito sano y salvo. De no ser así el trato, eliminaría a Paquito de la faz de Ladrillos. Además la situación no debe ser informada a la policía.

    –¿¡Qué hacemos ahora, Cala!? –desespera Filpo, comienza a caminar de una punta de la cocina a la otra.

    –Googleemos cómo conseguir dinero en simples pasos –enciende la computadora que le regalaron tiempo atrás, por ser un estudiante.

    –Buenísima idea, voy a hacer lo mismo en mi celular –enciende el paquete de datos que le bonificaron por ser del “club” de su empresa de telefonía.

    Pasó casi media hora hasta que a Cala se le ocurrió hacer un delivery de bebidas alcohólicas artesanales para acompañar la picada del mundial de fútbol. Adquirieron una receta. Filpo se encargó de los embases vacíos y elaboración, Cala de vender el producto. Hicieron miles de pesos media hora antes del siete a uno. Se contactaron con el secuestrador.

    –Tenemos el dinero en efectivo, en una mochila con forma de dinosaurio. Solo esperamos la dirección. La anotaremos en nuestro GPS con piloto automático que Juguete diseñó. Iremos con los ojos vendados, para no ver el recorrido que realizamos por Ladrillos – Cala intenta iniciar una negociación, como buen vendedor que es.

    El trato no fue complicado. Concluyó un esperado pacto en vivo y en directo desde la plaza del centro de Ladrillos. Según la gente, todas las tardes, en dicho lugar, ronda la delincuencia. El exnarcotraficantes recién iniciado en el rubro de secuestros, cobró su dinero y siguió su camino.

    –Bueno, Cala, mirá cómo se van. Dobla tranquilo por la esquina, nadie lo frena. Qué sé yo –levanta sus hombros dudando.

    –Filpo, ¿dónde se metió Paquito? Estaba acá.

    –Acá estoy tío, fue una broma, me escondí para que no me encuentren. Es fácil engañarlos –salta hacia la izquierda para dejarse ver; un árbol lo cubría.



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Trayecto a la manzana # 2




Nubes blancas y radiantes reflejan una tarde brillosa. El cielo ocupa gran espacio físico-abstracto. No existe conocimiento alguno de viento, solo evocando las leyes de la física. Súper Nietitus vuela a gran velocidad, entra a su visera con intención de regresar a ser un nieto sin súper poderes.

    Paquito mira con atención los dibujos animados en casa de la abuela Porota –¡Paquito! ¿Querés que te haga la leche?

    –No abuela, los chicos de la escuela me cargan por gordito.

    –Sin comida no hay súper poderes.


Mientras tanto, Filpo se dirige en su auto viejo a poca velocidad sobre la avenida principal de Ladrillos, gastando combustible, como normalmente lo hacen los fines de semanas todos los habitantes de la reconocida ciudad. En plena siesta de sol ardiente de invierno, su plácida marcha iba acompañada de buena música y en dirección a la casa de su mejor amigo Juguete, quien lo había llamado con muchas ansias de enseñarle un nuevo invento. Le sorprendió la noticia, ya que hace algunos días le regaló un sistema de perfecta vigilancia para su casa, compuesto por cámaras en distintas habitaciones, con sensores detectores de temperatura corporal a una cierta distancia. Además, filma a simples movimientos presenciales, actúa de manera silenciosa enviando imágenes capturadas a su celular en tiempo real. Automáticamente este dispositivo concluye su acción informando a la policía. Lo grandioso de este aparato es que se activa a solo un click desde su celular, el cual da la opción ni bien se aleja desde su hogar. Aún, el software es una versión de prueba que futuramente se podrá actualizar. El loco ingeniero trama algo nuevamente.

    Una vez estacionado frente a su casa escucha cómo desde adentro se expande por el barrio el audio de su equipo musical. Seguramente otra vez está haciendo pruebas de sonido. Juguete tiene clara la ambientalización musical, a pesar de estar a máximo volumen, siempre escucha el auto viejo de Filpo. Salió a recibirlo.

    –¿Qué haces viejo? –pregunta luego de disminuir el volumen, abrir la puerta y salir en pijamas; todo despeinado, con lagañas seguramente de la mañana. Signo de que otra vez, ha pasado encerrado desde hace algunos días. Sus ojos a la luz del sol no podían abrirse del todo; su ceño, fruncido, casi duro, molesto.

    –Hola Juguete, ¿cómo estás? –ingresa a su casa sin permiso. Su casa, siempre todo ordenado, salvo su taller. Éste está rodeado de cosas por doquier. No te cansás de observar a su alrededor, todo parece interesante y todo querés ver, e informarte cómo funciona y para qué sirve. Sin embargo, a través del desorden es claro resaltar que todas las veces que entrás, los muebles aparecen cambiados de lugar. ¿Por qué será?

    Todavía Juguete no toca fondo en el asunto, como siempre da vueltas y habla de su semana, juega con el anhelo de conocer el nuevo desarrollo.  La conversación dio ingresos a distintas puertas, a explorar y abarcar varios temas de discusión. Es así como Filpo manifestó el trabajo realizado días atrás en su hora de sociología en la escuela de Ladrillos. En la clase surge el tema del bulyng. Cómo sostenerlo, pensó.

    –¿Te acordás cómo nos cargábamos en la escuela? Cuando me decían mi apodo y me enojaba muchísimo ¡Qué crueles son los chicos! –sonríe– hoy por hoy, el pasado, me causa mucha gracias, creo que a todos nos pasa, algunos no lo superan. ¿Entonces? ¿Cómo doy un tema como este en la escuela? Es muy delicado. El problema radica en la susceptibilidad que tenga consigo el oprimido, si es que le podríamos llegar a decir oprimido. Y si fuese oprimido, ¿cómo terminaría con el sometimiento de un apodo? ¡Es fácil! ¡No enojándose más! Viste cómo es el Argentino, le parece todo joda. Cada uno tiene que ser como es. Algo distinto sería el racismo. Ya estaríamos haciendo una gran burla despectivamente. Pero no se escucha tanto sobre eso en las escuelas. Los chicos se cargan como juego. ¿Son crueles no? A esta situación la lideran los que cargan y los que no quieren ser cargados, es decir, los que no tienen que cargarse el apodo –expresa; repleto de dudas por su clase estresante. Sin saber qué decir.

    –Sí… hoy nos reímos, pero en su momento hasta llegábamos a pelear. Las estadísticas dicen que se le hace bullyng a tres de cada diez chicos por salón de clases. Es bajísimo el promedio. El pilar del problema podría ser que son siete los que cargan, ganan por mayoría. Pero, quién dice que hay tantos chicos malos dando vuelta.

    –Es porque nos enojábamos muchísimo, eran muy inteligentes los apodos… es un arte. Y el argentino tiene un don con los apodos y cargadas.

    Juguete comienza a contar ejemplos de cargadas que se ven en las redes sociales. Si algo se hace presente en la televisión o es noticia en algún lugar del mundo, a simples minutos los chistes argentinos con imágenes y mucha algarabía ya dan punto de partida de su rodaje por internet. Algunos son muy crueles, aunque ingeniosos. A partir de ese momento sonriendo con mucha picardía contó que compró un libro de juntadas de asados. Después de haber leído aprovechadamente el libro de las bromas telefónicas del famoso doctor de la radio, decide disfrutar del nuevo libro. En las páginas que leyó recordó los excelentes momentos celebres que vivió en carne propia en cada asado, haciendo hincapié en la importancia de las peñas. De repente se lo imaginó todo. Se sentía con mucho poder rodeando su cuerpo. Cambió su plazo de lectura por esa ingeniería que apasiona su vida dando origen al nuevo proyecto que comienza a narrar. El innovador invento no solo sorprendería a Filpo, sino al mundo entero.

    –Dame unos minutos que lo traigo, ya lo tengo listo– se retira de su taller. ¿Por qué el artefacto no se encuentra en su taller? ¿Lo estaría usando? Qué sé yo.

    Por el pasillo de su casa que une habitaciones, se acerca hacia el taller caminando tentado de risas, algo lo sigue pero él lo tapa con su cuerpo.

    –¿Qué es eso Juguete? ¿Qué quisiste inventar? ¿Es eso? –Filpo duda de sus cualidades e imagina que todo es una joda y no una sorpresa. No cree lo poco que se ve.

    Todos los seres humanos tenemos la responsabilidad de hacer mandados domésticos. Ir al supermercado a comprar todo lo que la lista que, nuestra madre tiempo atrás nos daba o, lo que hoy necesitamos consumir. Por detrás de él un changuito de supermercado, lo sigue. No es una tonta broma. Pensó en cubrir una simple necesidad a la hora de cumplir con dichos mandados. El changuito es plegable, se transforma fácilmente con forma de valija sin ningún problema. Éste tiene la inteligencia de no chocarse nada gozando de sensores de movimientos que se encuentran instalados. Moviéndose gracias a un pequeño motor adaptado que guardaba de su vieja impresora y se alimenta con apenas una batería de litio. Puede autoconducirse porque le agregó una pieza fundamental que sigue el rastro de una pulsera que será colocada a quien dirija el carrito futurista.

    –¿Filpo, vamos a probarlo? Podríamos hacer los mandados para ver el partido esta noche. Hay un supermercado chino a unas cuadras –apaga el equipo de música y su computadora. Ambos están de acuerdo.


Despliegan el changuito con mucha paciencia; emocionados dentro del supermercado chino. Todos hacen foco mirándolos. Los chinos hablan fluidamente en su idioma ¿Acaso le están sacando el cuero o tienen la necesidad de no perder sus costumbres? Ellos siguen realizando sus compras.

    Caminan lentamente por los pasillos, el carrito futurista está firme, a marcha lenta detrás de ellos. El proyecto es un éxito. Sería furor en las redes sociales. Está saliendo como lo imaginaron, hasta que a Filpo le llega un mensaje de texto al celular. Cuando observa, una imagen capturada de un ladrón que está robando en su casa.  Ni bien la vio, dejó a Juguete y corrió a su auto viejo. Llegó justo cuando estaba actuando la policía; no podía creer lo rápido que llegaron. Normalmente llegan cuando todo se terminó por una cuestión de su propia seguridad para que no salgan ilesos.

    Se trata del “Gordo Valentía”, así lo llama la ciudad. ¿La ciudad? Es un reconocido ladrón de bancos de plazas, y tranza de la ciudad de Ladrillos. En la década de los noventa no solo tuvo su primer pedido de captura, sino que recibió una medalla de plata por sus logros; Ladrillos no margina a nadie, premia en todos los rubros. Después de tantos años, gracias a Juguete, la captura pudo realizarse; quedaría a disposición del juez, quien lo sentenciaría por muchos años, siempre y cuando la ley lo permita. ¡Qué sé yo qué habrá pasado!

    –¿Qué pasó, Filpo? Hace nueve horas te estoy llamando a tu celular, me tenés preocupado, viejo. Me contacté con la abuela Porota para que le comente a Paquito. Está bien el pendejo, mira a super ñetitus. ¿Qué pasó, viejo? –luego de varios intentos telefónicos mientras recorría Ladrillos.

    –Juguete, estoy bien, solo me demoraron para hacer declaraciones. Todo este tiempo estuve incomunicado.

    –¿Demoraron?



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Trayecto a la manzana # 1





Filpo, se encuentra en su remota habitación. Sobre cada silencio que se expresa al dejar de presionar las teclas, escribe lentamente haciendo crujir las letras de su teclado.

    Inquieta, su perra, juega descontroladamente en alguna habitación cercana, provocando y transmitiendo un poco de su inquietud.  Esta cachorra tan eléctrica corre, yendo de la cama al living, con su boca colmada de un tejido artesanal que aún no es momento de cambiarlo. Ésta, después de tantas piruetas sobre la cama del dormitorio de Paquito, pierde coherencia de ciertos hábitos enseñado, robando el dicho tejido. Filpo solo trata de concentrarse entre semejante bochinche.

    Varios días pasa continuamente encerrado, emitiendo pocos ruidos, sin saber nada de él. Cuando se hace presente nadie lo aguanta porque es muy cargoso. Se muestra como una persona alegre todo el tiempo, divertida y con locuras nuevas. Ni bien te encontrás con él, seguro platicás de cualquier tema. Todos dicen que él, está un poco loco, nada más, casi parece normal.

    Paquito, en el mismo momento, está totalmente sumergido en sus cosas. Yace sentado frente a su televisor, sobre el lado derecho de la mesa, en el centro de la cocina y a pocos metros de la ventana. Nada interrumpe su situación. Ni siquiera la gota que lenta y ruidosamente cae sobre la bacha de acero de la mesada. Ni mucho menos Inquieta que corre inquieta. Sus cortos pies no llegan al suelo. Apenas tiene cinco años. ¿Qué hace un día lunes a horas tan tarde despierto, sólo y mirando la tevé? ¿No debería estar durmiendo para ir a la escuela? Claro, qué se puede esperar de su padre. Siempre fue desatento en algunos casos. No deja de ser él en un momento así.

    –Papi –abre muy despacito la puerta de la habitación. Trata de no molestar, de no interrumpir el momento en que papá trabaja, así lo justifican. Ambos se miran a la vez.

    –¿Qué pasa hijo? vení conmigo, sentate acá –apunta a la cama que se encuentra al lado del escritorio donde escribe. A su vez, al girar para indicar, observa el reloj en su teléfono celular. Muchos mensajes sin contestar es lo primero que ve. Rompe con la efímera visión de aislar su vida chequeando los mensajes dejando a Paquito hablando sólo. Decide prestar atención mientras ambos se acomodan plácidamente para charlar.

    –¿Vos no mirás el noticiero? La señorita ayer nos dijo que les digamos a nuestros padres que miremos el noticiero para saber si tenemos clase. Hace un largo rato que estoy mirando y solo pasan noticias del mundial. ¿A qué hora dicen si hay clases? La semana pasada tuve que aguantar los linchamientos, ¿y, ahora? –pregunta Paquito confundido por la televisión. Su noticia tan esperada no produjo un cierre.

    Lo toma de los brazos y éste salta de la cama hacia el suelo, sobre una alfombrita de lana que casi lo hace resbalar. Insistió en llevarlo a dormir y que deje de hacer preguntas de gente adulta. El noticiero no es para los chicos, debe tener permiso de su tutor correspondiente para verlo.

    Al despertarse al día siguiente con un ruidoso ringtone de su viejo celular inutilizado para llamadas telefónicas. Despierta a Paquito introduciendo el dedo en su pequeño oído. Se despierta refunfuñando y advierte que ponga el noticiero para ver si tiene que ir a la escuela. Al final, también rezongó por tener que encenderlo, su padre está preparando los desayunos.

    En el noticiero se está transmitiendo el clima, no solo de Argentina, sino de países alrededores y capitales en el mundo. Nombraron a Argentina, Uruguay, Brasil, New York, Londres, entre otros. A Paquito sorprendió esta noticia, imagina cómo podían estar controlando el clima en todo el mundo y al mismo tiempo. Más desorientado está al no escuchar el clima de su ciudad –papá ¿Por qué pasan el clima de otros países, para que sirve?

    Sonríe –Ay, Paquito, siempre el mismo preguntón. ¿Te acordás cuándo no tuviste clases porque la señorita se fue de vacaciones? Para eso sirve Paquito, para saber que ropa llevarte en un caso de esos. A veces uno no tiene un bolso gigante para poner tanta ropa, entonces al saber el clima, uno lleva lo justo y lo necesario –explica mientras termina de servir el desayuno.


Filpo saca el auto marcha atrás desde el centro del garaje. Siempre tiene que tener cuidado de no chocar a gente que pase caminando por la vereda. Aunque le gustaría que en el momento que lo saque, justo cruce caminando su vecina Videla. Todas las maniobras que realiza en su vereda las debe realizar con extrema velocidad para que no venga Videla a husmear. Por suerte no tuvo un día de esos y pudo dar marcha con Paquito sin ningún problema. Acelera pocos metros hacia la esquina y dobla como de costumbre hacia la derecha.

    –Papá, tenés que cambiar el auto por uno nuevo. Uno de los que tiene calefacción, en este auto viejo hace mucho frío.

    –¡Pero no! No tengo dinero para comprar uno. Además, con éste estamos bien, no es necesario tener uno nuevo.

    –El papá de uno de mis compañeros se compró un auto con un nuevo plan de la nación. Dijo que salen más barato.

    –Paquito deja de decir tonterías. Jueguen a la mancha, a las escondidas, entreténganse con algo mejor –frena en el último semáforo. Al menos faltan un total de cinco cuadras para llegar a la escuela.

    –La mayoría de los chicos llevan un celular para jugar en los recreos. Ya no quedan chicos que quieran jugar a esos juegos. Nadie quiere jugar conmigo –mira por la ventanilla del auto, dejando caer sus parpados y cejas; hace trompita.

    –¡Bueno Paquito, creo que tendríamos que haber visto el noticiero! Mirá la cantidad de gente que hay –mufa al estar posicionado detrás de una camioneta y cuatro autos. A veinticinco metros encendieron varias cubiertas. Carteles de quejas de todos los colores, bombos y redoblantes muy cerca de largos pasacalles con mensajes. Una manifestación social fue el núcleo de la paranoia que se observa en el lugar. ¿Qué sucedía? No deja de pensar una y otra vez. Invita a Paquito a averiguarlo. Apaga el motor una vez estacionado; al descender pisa un charco.

    –¡Filpo! –le gritan entre la multitud. Se dio vuelta para ambos lados, tratando de encontrar el origen del llamado. Caminó varios pasos y al escuchar el segundo llamado localizó al responsable. Se trata del mismísimo Rofledo, el dueño del “Cyber-Bar Internate”, fue una rara sorpresa encontrar a esa hora de la mañana y lejos de su negocio a tal personaje. Seguramente está ebrio de la noche anterior y no llegó a su casa. Filpo se acercó con Paquito.

    –¿Qué haces Rofledo? ¿Qué haces en la manifestación? –pregunta sonriendo, estrechando su mano lentamente.

    –¿Qué manifestación? Estoy con miles de problemas para tener uno más. No pierdo el tiempo en estas cosas. Además tuve que pasar por un pasillo que formaron en la vereda. Me costó bastante. ¿Por qué no van a laburar esta manga de vagos? –refunfuña mientras enciende un cigarrillo.

    –Es la única manera que lo escuchen, Rofledo, están peleando por sus derechos –explica pedagógicamente.

    –Te llamé para saludarte no para hablar sobre los demás. No me interesa tanto. Estoy muy apurado, tengo que ir a declarar al tribunal de Ladrillos –agacha la cabeza, da una pitada y la inclina hacia arriba para tirar el humo del cigarrillo.

    –¿A declarar qué?

    –De lo que paso hace dos años, de la tragedia ferroviaria de Ladrillos. Cientos de personas terminaron afectadas, cómo no te acordás, dónde vivís, en un termo? –Paquito se aleja aburrido a buscar una rama que está tirada en el suelo.

    –¿Y vos que tenés que ver? Eso es lo que no entiendo, me acuerdo de la tragedia.

    –Todavía está abierta la causa legal en contra del maquinista y me llaman por ciertos rumores. Aún no dan el brazo a torcer y niegan que el tren estuviera en malas condiciones. Seguramente quieren embarrarlo al maquinista… sí… está suelto y todo, la historia quedó con simples muertos y heridos. Están citando los dueños de los bares de Ladrillos para declarar.

    –Bueno, sólo te deseo suerte y espero que todo se arregle. La justicia siempre gana.

    Filpo se saluda con Rofledo y va en busca de Paquito. A los pocos minutos mira hacia la esquina y ya había desaparecido. Paquito entrega una horqueta muy prolija que hizo con la rama que en su momento había juntado, ya ambos comenzaron a caminar en dirección a su auto viejo.

    Esquivaron las ruedas repletas de fuego ardiente y humo negro. El viaje regreso a casa había comenzado.

    –Papá, estoy pensando. ¿Cómo vos siendo profesor no sabías lo de la manifestación? ¿No se llaman entre ustedes?

    –Claro que nos llamamos, solo que nos llamamos para contarnos algunos chismes entre compañeros –mira a Paquito con cara de pícaro y retoma el panorama.

    Segundos más tarde observa detenidamente el tablero con ansias de especular la cantidad de combustible. Aún su sueldo no había sido depositado ya que se halla en los primeros días hábiles. Sin embargo, ya tiene organizado cómo distribuir el sueldo, no porque sea una persona prolija, sino porque teme volver a quedarse sin plata antes de fin de mes. La estación de servicios más conocida de Ladrillos todavía no había recibido la lista de precios cuidados. Prefería ocupar sus últimos billetes, ya que las monedas están en peligro de extinción, en algo más que combustible. Trató de dar a entender a Paquito el tema.

    –¿Por qué no caminamos papá? Es lindo caminar. Otro día cargamos combustible –alienta a su papá.

    –Sí, hijo, es muy lindo caminar. A mí, me gusta mucho. Es más, no solo haces una actividad física, sino también cuidas de tu salud. Lo que pasa es que hoy caminar es un hobbie y no un medio de transporte. Más en mi trabajo que voy de una escuela a otra, y además tengo que auxiliarte a vos –inicia un ligera maniobra para estacionar frente a su casa– se nos complicaría hacerlo todo caminando. Ladrillos, hoy, es una ciudad grande.

    Ambos entran a la casa, Inquieta festeja inquieta. Filpo nuevamente se encerró en su habitación a terminar de redactar la nota que la noche anterior había comenzado a escribir. Hace ocho años que pasa por una misma intersección de rutas casi llegando al centro de Ladrillos y observa cómo los vecinos arrojan su basura en un espacio público. Todavía ningún representante municipal se dio cuenta de, al menos, poner un tacho para que lo recolecten. Qué sé yo.




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