Diseñadas para que cuando quieran
escapar se bloqueen chocando contra el tope de sus bisagras, las puertas
gigantescas de roble macizo, comenzaron a abrirse hacia adentro a la hora del
ingreso. Marchaban a paso lento casi arrastrando sus pies; veían fijo el telón,
sus rostros no habían cambiado desde la última visita, las arrugas seguían
aparentando asuntos prohibidos.
Quienes
llegaron minutos más temprano, desde sus asientos miraban con expresión de
“estamos demorados por ustedes”. Un bebé no dejaba de llorar y su madre de
zamarrearlo, un niño no entendía nada y le tiraba la remera a su mamá que
asiste para que su marido deje de pegarle, un codicioso deseaba a la mujer de
su prójimo, y en el fondo, junto al telón, sonidos monótonos.
La
oscuridad combatía contra las llamas de las velas, que cuelgan de candelabros
de oro y cristal, ubicados en el centro del templo y en sus columnas. Apenas se
oían los murmullos de los presentes, es en las periferias donde dicen que resuenan
los ecos; nadie quería hacer público su chimento. Gente desconocida entraba.
Todos se pusieron de pie, ¿en señal de respeto? Entre los incómodos bancos de
madera, mientras pisaba una costosa alfombra, “el oyente de su llamado” entraba
al templo con una vestimenta preciosa con alhajas de oro colgadas. Ciertos
fanáticos se ponían el dedo índice siguiendo la línea de la nariz y exigían
silencio hacia todas las direcciones. Ansiosos, cerraban los ojos esperando que
algo los conduzca hacia la perfección interior. Cada uno juntaba debajo del
mentón las manos entrelazadas por los dedos. El oyente llegó al telón y se
arrodilló enfrentándolo. Al ponerse de pie, dio media vuelta sintiéndose el
representante, y ordenó sentarse.
Los
presentes guardaban los comentarios para la salida, prestaban atención
atentamente. Los que deseaban a la mujer de su prójimo, identificaron al oyente
como miembro de su grupo. Una canastita pasaba de mano en mano y los seres
depositaban una contribución económica como un deber que cumplir.
El bebé
lloraba con gritos que lo hacían ahogar; estaba rojo e inquieto. Una señora con
un talismán colgado en su cuello (tal vez por su fanatismo), desde su asiento,
reunió a los demás sin poder aguantarse hasta la salida para hacer un comentario
acerca del bebé. Como hace poco nació, algo horrible lo atormentaba en su
interior para hacer colapsar la paz del templo; se requiere urgente eliminar al
demonio original que trae consigo e introducirlo a santificar las fiestas del
templo sin tomar su santo nombre en vano.
Todos esperaban con los cerebros sobre sus manos. Parecían sostener una
bandeja; sobre sus palmas yacían las ofrendas, cuando cerraban los ojos o
miraban el cerebro. El oyente arrodillado alzó el suyo… sangre chorreaba;
sangre de la alianza nueva y eterna, que fue derramada para salvarlos.
La culpa
que atormentaba la salud de los fieles, en fila los hacía marchar con sus
ofrendas, uno detrás del otro por la costosa alfombra. Momento en que son iguales
frente al telón y limpian su interior. Se detenían cabeza agacha frente al oyente,
que les daba unos toques al cerebro, se arrodillaban-ponían de pie y caminaban
regreso a su asiento.
¡La paz estaba
con ellos!