Alejandro soñó con unir a los vecinos del barrio marplatense. Lo intentó en varias oportunidades pero sin éxito. Esta vez, la situación económica en medio de una pandemia, los empujó a una aventura peligrosa, digna de leer en las noticias.
-El deber nos reúne -Alejandro expresa con vehemencia el discurso que preparó hace día, y el resto se acomoda para escuchar atentamente-. Estamos para cumplir la misión que resolverá los problemas de nuestras familias –agita el dedo hacia arriba, no más alto que su mentón, emocionado por la fuerza prometedora del guión que circuló durante la semana por grupos de WhatsApp-. Los presentes, juramos lealtad ante el plan y ofrecemos lo mejor con firmeza, valor y subordinación –frunce el ceño, queda inmóvil mirando hacia adelante, focaliza un punto fijo en la nada y continúa...-. Nuestras manos están listas para empuñar los mangos y enterrar las puntas redondas en la tierra -muestra sus manos; desde el tercer tumulto de personas observan lo enorme y deformes que están por los callos-. Nuestras cualidades superan cualquier máquina. Memoria, dedicación y esfuerzo, es el trípode para alcanzar el motivo que nos iguala, lo conseguimos unos pocos y otros quedan en el camino -mientras escupe las palabras tal cual las escribió, evoca a Elisa, su mujer, que no está entre la multitud-. Somos 300 personas para excavar los hoyos que necesitamos -lo dice lento, mirando a la mayoría directo a los ojos, busca adrede cruzar las miradas-. Observen la pala de la abundancia para que nunca nos falten pozos por ahondar -en la esquina, entre el cruce de las dos avenidas, hay una estatua de un trabajador con una pala cargada al hombro, pero nadie sabe si es un homenaje o qué significa la escultura-. Nos representa. Tenemos el deber de jurarle a la pala de la abundancia -sin embargo, los citó en ese lugar y aprovecha la estatua para inventar la historia de la pala de la abundancia, como motivación-. Y con dicha herramienta que trajimos individualmente, tenemos la obligación de cavar. Es la única meta que nos convoca, quién no esté de acuerdo, que deje la pala a un costado o se vaya con la misma -Alejandro sentía de antemano la seguridad de que los vecinos disponibles están convencidos de hacer el trabajo-. Este es el momento en el que vamos para el mismo lado, dejando afuera a los librepensadores. Sepan aquellos que traicionan, que no sabrán la que les espera. Ante cualquier pregunta responder con autoridad que solo estamos haciendo pozos y negar que atenta contra la propiedad privada porque no es así -la policía se sorprenderá al ver a 300 vecinos paleando en las veredas del barrio-. Aquellos que no sienten el llamado, sin importar la pala que tenga o cuánto haya excavado, los que perdieron el fuego que los mantiene vivos, tienen la oportunidad de renunciar. Junto a los cavadores de pozos, no hay lugar para los tibios ni para quienes tienen miedo -los vecinos notaron el énfasis de esta última frase como una inyección de orgullo-. Estamos dispuestos a excavar por más fuerzas que quieran detenernos-Alejandro piensa que romper la cuarentena en medio de una pandemia para llevar adelante el plan significa un escándalo para la bonaerense por lo que podría solicitar refuerzos a Gendarmería o Prefectura-. Con cada montaña de tierra que saquen con sus palas, con el compromiso que nos compete, llegaremos más rápido a descubrir los cables telefónicos de la multinacional. Haremos montones de tierra a un costado. Usaremos pala, pala y más pala. Cavaremos en línea recta siguiendo el cordón cuneta. No hay futuro si no terminamos, depende de nosotros. Para tener dinero hay que vender los cables, para vender los cables hay que descubrirlos, para descubrirlos tenemos que excavar pozos en las veredas del barrio. Vecinos,¡orden y pala!
-¡Para servir, y cavar en Mar del Plata!