Hoy se cumplen 45 años del secuestro y desaparición de
Raymundo Gleyzer, un cineasta de visión crítica que respondió con sus
proyecciones al período oscuro de la historia de nuestro país, donde los
militares sembraron terror con sus sangrientas dictaduras en América Latina. Los cineastas tomaron
las cámaras en sus manos y las alzaron como puños al ascenso obrero y popular
de los 70. La famosa frase “¡corte-acción!” que solemos usar en la
cotidianeidad y que reflejamos en la portada de la publicación, se trasladó a barricadas en cada una de las manifestaciones.
Para el cineasta, las creaciones
audiovisuales no solo fueron producciones artísticas sino también elaboraciones
para la acción anticapitalista y antiimperialista. Estas ideas y puntos de
vistas se debatieron al calor de la revolución cubana y el ascenso obrero en
América Latina, bajo la conclusión de empalmar al cine con la revolución.
Las discusiones políticas lo llevaron a
cuestionar la conciliación de clases. Podemos poner en ejemplo citando su film “Los
Traidores” donde trata la historia de un burócrata sindical peronista que,
luego de un largo recorrido para el ascenso, terminó persiguiendo a activistas y
delegados de los trabajadores. Como muchas otras películas, esta fue filmada en
la clandestinidad para proyectarse en secreto en células partidarias y barrios populares, donde no hacían falta las butacas para sentarse porque debían
estar erguidos para poder escapar rápidamente si era necesario.
Raymundo usó al cine como un gran soporte de
denuncias contra el régimen mostrando al mundo los flagelos que sufrían los
trabajadores y el pueblo oprimido. Describió detalladamente la explotación y
muertes por condiciones de trabajo, la odiada burocracia sindical que se
encargó de entregar a los trabajadores, los tentáculos del imperialismo
saqueando a América Latina y la obediencia de sectores de la población al nacionalismo
burgués.
Mientras la lucha armada marcó una generación
militante, sus armas fueron las proyecciones audiovisuales. Desde su juventud
consideró al cine como una herramienta masiva de acción política, buscando
acercar las ideas de la revolución a los sectores populares, ya que al cine por
aquel entonces, solo asistían las clases medias.
Sus obras no quedaron en el olvido ni las desaparecieron
los militares, volvieron a proyectarse en las asambleas, piquetes y fábricas
recuperadas pos crisis del 2001. Hoy viven en las universidades, las aulas de
formación y en el cine independiente revolucionario.
Para cerrar, este es un fragmento extraído de la Revista Nuevo Hombre de 1974
titulado como Cine de Base: un arma revolucionaria: “el artista es un trabajador intelectual, forma parte del
pueblo y necesariamente debe optar: o coloca su instrumento de trabajo al servicio
de la clase obrera y el pueblo, impulsando sus luchas y el desarrollo de un
proceso revolucionario; o se coloca abiertamente del lado de las clases
dominantes, sirviendo como transmisor y reproductor de la ideología burguesa”.
Raymundo Gleyzer, ¡PRESENTE, AHORA Y SIEMPRE!
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